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Política turística vs. turismo de la política

Este año la Feria Internacional del Turismo (Fitur), una vez más celebrada a finales de enero, se ha saldado con un eco entre los medios de comunicación valencianos notablemente inferior al experimentado en otros ejercicios. No obstante, ha sido de nuevo la pantalla donde se ha proyectado el balance turístico anual de la Comunidad Valenciana, que singularmente se ha caracterizado por la contención de ciertos excesos contables detectados en ediciones precedentes. Algo parece, pues, que se va logrando al poner de manifiesto la falta de rigor en las estimaciones proporcionadas en los últimos años, sobre el volumen de turistas recibidos en el ámbito valenciano. A pesar de todo, el método empleado para el cálculo de visitantes sigue siendo una incógnita entre el conjunto de agregados existentes para el seguimiento de la actividad turística valenciana. Pero lo que resulta más espectacular de Fitur, y viene ya de años, es la cuantiosa asistencia de responsables públicos de municipios, provincias y comunidades autónomas, al margen de las autoridades nacionales en la materia, cual si fuesen todos ellos los artífices de la comercialización que da sentido y vida al turismo como actividad generadora de salud económica. Si bien, no faltan empresarios de reconocido prestigio, al menos en la Comunidad Valenciana, que desde hace años vienen manifestando su sorpresa frente el desmedido interés de numerosos representantes públicos por abanderar la comercialización de las respectivas ofertas turísticas, de acuerdo a su esfera de incumbencia, por más distante que se encuentre el destino de la promoción. Incluso se intuye que los negocios turísticos más dinámicos del panorama regional valenciano no comparten esta óptica, dado que no comparecen o reducen su representación en Fitur, a lo que consideran estrictamente compatible con su filosofía estratégica de la empresa. Dicha reflexión obedece al contraste manifiesto que se registra con respecto a otras ferias, léase textil, calzado, mueble, cerámica o juguete, por señalar cinco ejemplos claros de sectores muy significativos de la estructura industrial valenciana, en los que no se registra una presencia institucional masiva, que en estos casos parece entender que la difusión de los productos sí es esencialmente competencia de empresarios y profesionales. ¿Por qué en el turismo no ocurre otro tanto? Algún conocido estudioso del sector turístico ha explicado que esta circunstancia se debe a que éste es un sector agradecido, ya que la gastronomía, las recepciones, viajes, y el sinfín de obligaciones que conlleva su despliegue ante potenciales clientes, favorece la asunción de responsabilidades de tal calibre. En suma, la propia praxis turística acaba convirtiéndose en una seductora fórmula de compromiso con la embajada itinerante del producto turístico. Pero, en el caso específico de Fitur, esta convocatoria se ha convertido curiosamente en un encuentro obligado de numerosos entes de una misma región, como acontece con la experiencia de la Comunidad Valenciana, perdiéndose de vista que la razón de cualquier evento programado en el marco de una feria de turismo procura fundamentalmente captar la atención de posibles clientes respecto de las bondades de ese espacio. Por el contrario a tal concepción, la ya tradicional cena organizada con objeto de mostrar la oferta valenciana en Fitur acaba siendo un encuentro valenciano en Madrid, lo que disminuye indefectiblemente el impacto pretendido en cuanto a la fundamentación comercial del evento. Más sensato resultaría celebrar cumbres de esa índole en cualquier punto de la Comunidad Valenciana en otro momento, y reservar una feria internacional para dirigir los esfuerzos a la captación de nuevos comercializadores. En la situación presente, y posiblemente resultado de una excesiva monoespecialización larvada entre folletos y ferias, como únicas fuentes de aproximación a la cultura del sector turístico, se ha llegado a confundir si el fin es Fitur o es el medio. Ello podría explicar la obsesión mostrada por el pabellón que representa a la Comunidad, lo que debe entusiasmar a los diseñadores de la imagen turística valenciana, pero ¿supone distinta actitud contractual por parte de los principales adquirentes de los productos turísticos?, ¿se correlaciona la imagen proyectada con la autenticidad de los destinos?, ¿existe paralelismo entre las inversiones empresariales en mejora de sus instalaciones y la imagen que se proporciona?, ¿satisface a los profesionales o a quién esta carrera por un renovado diseño del pabellón, a un ritmo creciente en cuanto a los costes de su construcción, aparte de otros gastos complementarios de claro impacto presupuestario? Con todo, bienvenido sea el reconocimiento a la carpa valenciana en Fitur y ojalá tenga algún efecto sobre la demanda. Poner el acento, también, en el anacronismo que se transmite cada Fitur, a lo largo de las últimas tres convocatorias, sobre que ahora sí se presenta la Comunidad Valenciana en toda su amplitud bajo un mismo soporte promocional, lo cual se registra desde que Benidorm, o más concretamente desde que aquéllos que perseguían hace algunos años un rancio protagonismo, a partir de la distribución de sus folletos independientemente, ahora pueden repartir los de todos los destinos valencianos. Esta actitud ha discurrido tradicionalmente al margen del color político de la administración local benidormense, y lamentablemente no se han encontrado razones ni ciencia que lo expliquen. Puro cinismo de algún técnico meritorio o rayana torpeza institucional, nada más. No puede silenciarse que aún se mantienen, a pesar de la unidad con la que se proyecta el pabellón valenciano en Fitur, confrontaciones entre municipios o entes de promoción regional, por unos metros cuadrados en el stand o por una ubicación más o menos centrada en el mismo, olvidándose el contenido de lo que se quiere comunicar. Finalmente, la consigna, noli me tángere, acaba siendo un año tras otro "todos a Fitur", lo cual propicia, al menos, el aseguramiento de una clac, a veces involuntaria, que ayude a justificar los gastos de ignorada rentabilidad turística. Mientras, los más beneficiados y agradecidos por estas decisiones son, sin duda, y por encima de los invitados al festival valenciano en Fitur, las compañías aéreas, restaurantes, hoteles y, la Institución Ferial Madrileña. Las consecuencias provenientes de ciertas decisiones de la política turística vigente, como el que constituye la representación en ferias sin ir más lejos, recuerdan la conocida observación efectuada por Hirschman cuando mencionaba la pretensión de Adam Smith, conocido como el padre de la economía, quien debido a la insatisfacción profunda con la estructura institucional de su tiempo, trataba de lograr un Estado "cuya capacidad para la estupidez tuviese algún límite". Este es un extremo deseablemente superable hoy, pero no por ello debe enmascarar la necesidad de unas directrices de carácter público, cuyo objetivo sea el progreso económico general y donde se enmarca el área de competencia de una política sectorial como la turística, emanada y auspiciada por una Administración pública competente.

Vicente M. Monfort Mir es profesor de Organización y Gestión de Empresas Turísticas de la Universidad Jaume I de Castellón.

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