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El oscuro futuro de la información

La información en el medio audiovisual es un fenómeno condenado a extinguirse. Supongo que para algunas personas semejante afirmación procedente de un periodista suena a lamento formal. Una jeremiada corporativa, el miedo del gremio a perder su participación en la tarta social. Hombre, algo de eso hay. Cada vez que se juntan un puñado de perodistas agobiados por la responsabilidad de creerse una de la claves de la estabilidad social, y apesadumbrados por el lastre de los conflictos personales y profesionales de los que no se libra nadie, nos da por ponernos sombríos. Con unánime pesimismo señalamos los males de la profesión: escasez de medios para ejercer un trabajo riguroso, dependencia de los intereses políticos y económicos de los medios en los que trabajamos, jornadas laborales con principio pero sin fin, abuso del trabajo de los becarios y estudiantes en práctica, y tal. El pesimismo es unánime porque nadie acierta a ofrecer soluciones a estos defectos, resignados a la falacia de que los empresarios y directivos viven en un mundo diferente al de los informadores. Mientras no se rompa este círculo vicioso, el disco de los lamentos siguirá rayado en el mismo lugar. Lo que sucede ahora, no obstante, a mi entender, es verdaderamente grave. La información en la televisión y quizá también en la radio está amenazada de muerte. Esto es algo real. He aquí mis argumentos: Hace décadas, la British Broadcasting Corporation (BBC) empezó a emitir un programa titulado Esto No son las Noticias de las Diez. Era una forma más de humor británico, que aprovechaba las oportunidades de la actualidad diaria. Era, sin embargo, algo excepcional, curioso, y muy adecuado a un medio donde la tecnología permite la manipulación de las imágenes y los sonidos. Con frecuencia, y para sorpresa de los que hacían el programa, no era ni siquiera necesario manipular nada. La vida de los políticos y de los más conspicuos protagonistas de la actualidad lejos de ser ejemplar era una verdadera chapuza. Hoy, las sátiras sobre la actualidad, los falsos informativos, se han transformado en programas de gancho. Esto no es una consecuencia casual del camino abierto por la BBC, sino una decisión deliberada de los programadores. Los programadores de los medios audiovisuales se guían por la audiencia, se someten complacientemente a los supuestos análisis de audiencia. Los informativos hasta hace poco se libraban de la mano de hierro de los programadores. Pero cada día más, ya no es así. Lo que en realidad está pasando es que los redactores jefes, los directores de informativos toman decisiones fundamentadas en argumentos extraperiodísticos. Las formas audiovisuales, las exigencias de la inmediatez, la competencia, los modelos promocionales, determinan los contenidos de los telediarios. En todas las cadenas, sin excepción, públicas y privadas. La clave del telediario es que enganche, que satisfaga a la audiencia, a la misma audiencia. De este modo, todos los telediarios resultan iguales. Ya no es el problema de los intereses políticos y económicos. Es algo mucho más grave, porque no está relacionado con ningún interés real que no sea el estrictamente mercantil. Es la lógica del sistema: por volátil, por innecesario que sea el producto, si se vende, vale, si no, a la basura. El resultado, paradójicamente, es la telebasura. La consecuencia inevitable del camino emprendido por los medios audiovisuales es que la información se extinguirá como un cabo de vela. Sólo se emitirá la información que venda, sea la que sea, no la que interese (a quien sea), no la necesaria para la cohesión social, no la útil, la positiva, la estimulante. El proceso ha empezado. Y ejerce una influencia perniciosa en otros medios, como la radio y también la prensa, cada día más sometidas a esclavitudes semejantes. No es que prolifere la prensa amarilla, es que hasta los diarios están amarilleando. Y nos afecta también a los periodistas. No en el amor propio, no en la ética profesional. Sencillamente, al paso que van las cosas, pronto nos quedaremos sin trabajo. La calidad de los contenidos informativos de los telediaros españoles es tan pobre que cualquier estudiante de bachillerato con la debida preparación podría emularla. Sólo hacen falta buenos técnicos electrónicos, y un reducido equipo de profesionales con experiencia. Los informadores, casi sobran. La televisión es el dominio de la imagen. Lo que no tenga imagen no es noticia. Se empieza creyendo acríticamente en estas cosas, que tienen un sentido siempre que estén ancladas en el sentido común, y se acaba convirtiendo la información en un circo, en un "a continuación les ofrecemos el espectáculo de la actualidad". Me gustaría ser un maestro de la elocuencia para señalar el gravísimo alcance del problema. Echaré mano de una autoridad, José Saramago, que hace unos días advirtió que la hipocresía se está instalando en los diarios y en las televisiones. Si se considera la información como una industria equivalente a la confitera o a la turística, el veredicto de Saramago es certero, impepinable: "Puesto que la industria fabrica cosas, tendremos que admitir que la información está dejando de existir y también ha empezado a producir hechos". Ya no se trata de enzarzarnos en discusiones sobre los medios públicos y los privados, sobre las obligaciones, las posibilidades, las dependencias de unos y de otros. No se trata de divagar sobre la deontología, ni de hacer pública una controversia sobre las deficiencias de la profesión, cosas todas ellas enriquecedoras en la medida que se hagan con sentido práctico. Se trata del futuro de la profesión de los periodistas y del futuro de la información. O abrimos un debate crítico, autocrítico, o lo tenemos claro, es decir, oscuro. Un debate en el que deben de participar no sólo los profesionales, los directivos, los empresarios, sino la audiencia. La audiencia de verdad, no ese concepto vago y amorfo que nada tiene que ver con los ciudadanos.

Fernando Bellón es periodista.

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