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Tribuna
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Juninho bajo el volcán

Dicen que el Aston Villa y el Middlesbrough pujan por Juninho desde Inglaterra mientras en Madrid el melifluo Arrigo Sacchi se concentra en Serena, Torrisi y Venturin . Alarmados por el sospechoso viento defensivo que nos llega desde Italia, los futurólogos miran al Vesubio, invocan a la loba capitolina y extraen algunas conclusiones demoledoras. Según los más optimistas, dentro de un par de años el fútbol español habrá renunciado al efecto Juninho y tendrá que disfrutar de Torricelli, Di Livio, Carboni, Negro, Milanese, Iuliano, Ravioli, Fetuccini, Lasagna y demás compañeros de masa y ferretería.Los augures van más lejos: cubiertos por la herrumbre del cerrojo y convenientemente reeducados en la cultura del pelotazo, estaremos preparados para asimilar el fútbol-pasta y gozar de la definitiva síntesis del juego. Puesto que toda aspiración estética es completamente inútil, nos proclamaremos los tifosi del oeste. Entonces, aventureros hasta el fin, habremos decidido que el deporte debe regresar a sus orígenes, así que reclamaremos un único formato para el fútbol español: bajo la vigilancia de un sujeto irascible y silbador de dudosa procedencia, veintidós aborígenes se entregarán a la tarea de lanzar un coco a campo contrario.

Las consecuencias de este retorno a las fuentes son por ahora imponderables. Seguramente, conseguiremos olvidar los absurdos caracoleos de Amancio, Cruyff, Antognoni, Sócrates, Maradona, Baggio, Zico y Romario. Defenderemos el axioma según el cual toda combinación no debe tener más de un pase, nos pasaremos la tarde devolviendo el balón al campo y llenaremos de lisiados la consulta del traumatólogo. Aceptaremos que ciertos jugadores vistosillos tales como Rivaldo, Savio, Valerón, Fran, Djalminha, De la Peña, Denilson o Ronaldo sean declarados especie prescindible, sometidos a la vergüenza pública y, para prevenir resabios artísticos y otros ejercicios de melancolía, exhibidos como piezas de museo.

En ese momento, año 2001, los ingleses, hartos del fútbol cavernario, quizá hayan completado su actual revolución y decidan liberarnos del catenaccio. Para ello deberán seguir apostando por su vieja línea de cuatro, pero tendrán que armarse sobre Zola, Fowler, Giggs, Bergkamp y demás artistas. Inspirados por el viejo y sabio Liverpool, saldrán de la cueva tocando como John Lennon.

Fieles a su sobrio estilo tradicional, los árbitros británicos también serán capaces de perdonarlo todo salvo las patadas. Les veremos animar el juego, favorecer el movimiento continuo del balón y eludir esa insufrible tendencia a sobreactuar de sus colegas del sur. Bajo sus cuidados, los chicos de la promoción Owen conseguirán prosperar en las ligas de campeones y definir de nuevo el football association que sus bisabuelos exportaban al mundo hace más de un siglo. Con sucesivas transfusiones de sangre brasileña, acaso consigan sacar el máximo rendimiento a algunas innovaciones tales como el achique de espacios, el desdoblamiento por las bandas, los toques de distracción o los pases interiores. En ese instante contrataremos a entrenadores ingleses y, como antaño, volveremos a llamarlos mister.

Pero hoy por hoy, maldita pesadilla, la ausencia de Juninho es sólo un mal presagio. Porque hoy, un día más, Juninho podrá jugar para nosotros.

Jugará si lo permiten Sacchi, Serena, Torrisi y Venturín.

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