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Esperando a PiquéJOAN B. CULLA I CLARÀ

El actual es sin duda su mejor momento en casi 22 años de historia. Disfrutan de un apoyo electoral y de una representación institucional que hacen parecer inverosímiles la situación de 1977, cuando su efímero líder y único parlamentario, Laureano López Rodó, semejaba un apestado entre la nueva clase política democrática, o el panorama de 1980, cuando ni siquiera tuvieron ánimos para concurrir a las elecciones del primer Parlamento catalán. Gozan de una quietud interna insólita en un grupo cuyo ambiente orgánico fue durante varios lustros como el de una taberna portuaria, con navajazos y sillas por los aires cada noche. Y cuando reciben al máximo líder estatal, no les llega un Manuel Fraga cargado de estigmas del pasado, ni un inane Antonio Hernández Mancha, ni tampoco un José María Aznar postulándose como la alternativa al felipismo. Les llega el mismísimo presidente del Gobierno de España con el aura, la taumaturgia y el poder de convocatoria que el cargo conlleva. ¿Qué más se puede pedir? Sin embargo, y aun cabalgando sobre la cresta de la ola, el Partido Popular de Cataluña exhibe todavía algunos viejos rasgos que, por lo persistentes, deben de ser crónicos en él. Los resumiré en dos: una cruda imagen de sometimiento a su central madrileña y un serio déficit de liderazgo social. Como es lógico, ambos problemas se agudizan en la perspectiva del ciclo electoral que nos aguarda. Así, por ejemplo, el PP ha sido hasta ayer mismo, y menos cinco meses antes de la cita con las urnas, la única fuerza parlamentaria sin alcaldables designados ni conocidos, ni para Barcelona ni para ningún otro municipio catalán. ¿Por qué? Puesto que no cabía escudarse en conflictos intestinos, era forzoso concluir que los populares catalanes aguardaban simplemente a que, despejada la reestructuración del Gabinete y coronado el XIII Congreso del partido, el inquilino de La Moncloa y el nuevo equipo dirigente de Javier Arenas hallasen el tiempo preciso para ocuparse de los cabezas de cartel en Cataluña. Y ha tenido que ser una carambola del reajuste ministerial en Madrid la que permitiera, en las últimas horas, despejar precipitadamente la incógnita del candidato por Barcelona. Si el viejo concepto de sucursalismo, tan usado a fines de los setenta, estuviese aún en boga, éste sería un ejemplo de libro... Pero el problema no es sólo de procedimientos o de apariencias, sino también de recursos disponibles para encabezar la batalla municipal. Hagamos un poco de memoria. En el caso barcelonés, todavía la semana pasada algún significado dirigente del PP propugnaba que Alberto Fernández Díaz, cual Clark Kent de la política, acumulase los papeles de líder orgánico, candidato a la alcaldía y aspirante a la presidencia de la Generalitat... Puesto que el aludido declinó esa invitación y ha preferido reservar sus fuerzas para medirlas en otoño con las de Jordi Pujol y las de Pasqual Maragall, ¿cuáles eran las otras personalidades en liza? Se había especulado con el nombre de Julia García-Valdecasas, aunque imagino que su repentina popularidad mediática asociada a porrazos y pelotas de goma desaconsejó tal hipótesis; de otro modo, quizá incluso algunos estudiantes de la Autónoma hubieran estado dispuestos a ejercer de animadores gratuitos en sus mítines electorales. Se consideró también el nombre de Ricardo Fernández Deu, brillante periodista audiovisual sin experiencia política conocida y, a lo que parece, sin oportunidad de adquirirla. Y por fin, en virtud de su repentino cese y subsiguiente disponibilidad, ha emergido el nombre del ex secretario de Estado para el Deporte Santiago Fisas, ese fino estilista de la cosa pública que acaba de declarar "innegociable" la demanda de selecciones catalanas y ha propuesto, en compensación, "catalanizar las selecciones españolas", se ignora si con la aquiescencia de José Antonio Camacho. Dadas la cercanía del 13 de junio y la envergadura de los rivales que batir -el alcalde en ejercicio, Joan Clos, el curtido Joaquim Molins...-, el panorama no resulta muy feraz. Puede argumentarse, con cierto fundamento, que los nombres son poco relevantes, que el voto será movilizado por las siglas o directamente por Aznar. De cualquier modo, la débil proyección social de su liderazgo tiene en el PP de Cataluña expresiones que van más allá de lo preelectoral; por ejemplo, el permanente recelo de la cúpula actual ante las maniobras del ausente, de Alejo Vidal-Quadras. Éste, bien atrincherado en su escaño senatorial y en el think tank del aznarismo (la FAES), disponiendo además de un brazo armado propio (la Convivencia Cívica Catalana), mantiene sobre sus sucesores una calculada presión y acaba de presentar al próximo congreso un significativo paquete de enmiendas: demanda que el partido reabra el tarro de las esencias nacional-españolas, reclama una ofensiva doctrinal en este sentido y se proclama intérprete del "pensamiento genuino de Aznar". Que la sombra de Vidal-Quadras es percibida por quienes le sucedieron en el mando como una amenaza lo pone de relieve el minucioso plan elaborado para despacharle al Parlamento de Estrasburgo sin dejar -eso no- que polarice la campaña de las elecciones europeas en Cataluña. Más que eurodiputado, se diría que algunos correligionarios quien ver a Alejo euroamordazado. Así las cosas, con un "liderazgo joven" -la descripción es de José María Aznar- que, a fuer de serlo, puede resultar incluso verde, con un perfil ideológico y programático más y más incoloro y deslavazado a medida que acentúa su centrismo, la fuerza del PP catalán reside ante todo en presentarse como el partido del Gobierno. Y ¿quién encarna mejor esta condición que el ministro portavoz, Josep Piqué, poseedor además de una sólida proyección social pre y metapolítica? He aquí, pues, la paradoja del independiente, del sobrevenido que emerge como la gran esperanza blanca de unas huestes en las que ni siquiera milita, pero que confían en él para hacer un buen papel en las legislativas del año 2000 e incluso en batallas anteriores. Queda por ver, claro está, si el ministro Piqué logra en los próximos meses controlar el desgaste originado por su gestión en Industria o si, como insinuaba ayer Josep Ramoneda, se trata de un fusible que empieza ya a recalentarse.

Joan B. Culla i Clarà es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).

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