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Reportaje:

Tiburones cautivos pero felices

Mikel Ormazabal

"Un metro. Ése es el margen de confianza que da un tiburón. Acercarse más sería una temeridad". Víctor García Argüelles, submarinista del Aquarium de San Sebastián, añade que los tiburones toro "son muy tranquilos, apenas realizan movimientos bruscos y conviven pacíficamente con el resto de las especies del oceanario". Ahora bien, cualquier despiste o un ademán extraño en la profundidad del acuario podría provocar "una tragedia". La pareja de odontaspis taurus (nombre científico del tiburón toro) lleva en sus genes la voracidad indiscriminada y la amenaza permanente, y, sin embargo, su aclimatación al centro oceanográfico donostiarra es modélica. Un mes después de su traslado desde Miami los tiburones viven "en unas condiciones inmejorables, siempre dentro de los rigores que entraña la cautividad" advierte Amalia Martínez de Murguía, bióloga responsable de la enfermería del Aquarium. "Se les renueva el agua todos los días, el tanque está siempre limpio, reciben un trato esmerado, nunca les falta comida y además se entretienen con los buceadores". A primera vista parecen seres dóciles y mansos, inocentes incluso; bien mirado, poseen tres filas de dientes puntiagudos que cortan el aliento. "Su aspecto es envidiable. Comen bien, no atacan a nadie, son muy solitarios y cada día te regalan un centímetro de confianza", advierte García Argüelles. Cuando no se protege con una manga metálica, el buceador marca una distancia prudente acercándoles la comida con una pértiga de madera. La fama de comehombres que acompaña a los tiburones toro no tiene fundamento, en opinión de García Argüelles, aunque es obligatorio no realizar movimientos bruscos. La liturgia diaria de la comida es el trance más arriesgado. "Comen verdeles y chicharro; unas cuatro piezas cada uno. Acostumbran a ingerir bastante comida y la digieren lentamente". Por eso no siempre acuden a la llamada gastronómica del buceador, explica Martínez de Murguía. "Al principio huían", matiza el buceador. "Extrañaban nuestro tamaño y las burbujas que expulsamos bajo el agua. Ahora no, conocen nuestras intenciones y agradecen nuestra compañía". Estos escualos, procedentes de litorales tropicales y aguas templadas han experimentado una adaptación celérica al hábitat donostiarra. Junto a otras 35 especies marinas, los tiburones campan a sus anchas, con movimientos premiosos pero continuos, siempre de día. En el Aquarium han alterado su conducta natural en el océano Atlántico. "Aquí han cambiado su ciclo vital; resultan activos durante el día para ser observados por el público y descansan de noche", asegura la bióloga. Todavía no han sido bautizados, a la espera de que los escolares de Guipúzcoa lleguen a un consenso y acuerden un nombre para el macho y la hembra. Cuando llegaron medían 150 centímetros, pero están creciendo. Se calcula que al mes se estiran una media de ocho centímetros. Su única preocupación es merodear y pegar aletazos con mucha parsimonia cuando están tranquilos. Los submarinistas siempre tienen presente que "el mordisco de una raya es suave, el de una tortuga es serio y el de un tiburón, muy peligroso". Y ante todo, la recomendación de Martínez de Murguía: que traten a los escualos "como si fueran sus novias".

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Sobre la firma

Mikel Ormazabal
Corresponsal de EL PAÍS en el País Vasco, tarea que viene desempeñando durante los últimos 25 años. Se ocupa de la información sobre la actualidad política, económica y cultural vasca. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra en 1988. Comenzó su carrera profesional en Radiocadena Española y el diario Deia. Vive en San Sebastián.

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