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Luces de la ciudad

A veces, quienes tienen capacidad para actuar sobre el ámbito ciudadano aciertan al tomar decisiones aparentemente intrascendentes que, sin embargo, logran expresar un momento de la vida de la ciudad. Así ha pasado con la iluminación de Navidad que este año ha estrenado Sevilla. En los naranjos transfigurados por las diminutas bombillas, sobre los que parece que ha volado Campanilla; en los grandes árboles enguantados de luz que se alzan como brazos y manos de divinidades de la tierra que emergieran para anunciar en el solsticio de invierno la fuerza que aguarda a mostrarse en una primavera que en la plaza de San Lorenzo está ya convocada en los bordados persas que desde la Nochebuena viste el Gran Poder; en los techos de luz que cubren no sólo las calles del centro, sino -por primera vez de forma generalizada- las de muchos barrios; de manera muy especial en la Plaza Nueva, donde se suman los árboles vestidos con los guantes largos de luz, los naranjos de la isla de Nunca Jamás y el Ayuntamiento silueteado por la luz, se podrían expresar -¿por qué no?- un gozo y una aspiración colectivas que marcan este momento de la vida de la ciudad. Todo momento de la vida, ya sea de una persona o de una ciudad, reúne en él la fuerza (a veces, el peso) del pasado proyectándose hacia el futuro, construyéndolo. A ese abrirse a lo indeterminado de lo futuro desde lo determinado del pasar de lo pasado, llamamos presente. El presente de Sevilla está -pese a todas las deficiencias y promesas no cumplidas, a la falta de pulso ciudadano, a las cursilerías neo-pseudosevillanas con las que tantas veces se quiere inventar lo que ya está inventado- representado por algunos símbolos no intrascendentes: más librerías (lástima que se nos haya ido Pascual Lázaro a reunirse en el limbo de las librerías con El Rosario de Oro y Sanz: que no se pierda su bella fachada de Sierpes ni su elegante rótulo racionalista), colas en las tiendas de discos, los espléndidos cines del Nervión Plaza, renacimiento de cafés tras la iniciativa de San Buenaventura y de abacerías que recuperan los colmados. Quiero ver en las elegantes iluminaciones de esta Navidad el símbolo de esta voluntad de crecimiento, de civilización de cafés y librerías, de coexistencia de todas las sevillas posibles para que cada ciudadano elija la que quiera vivir, o viva en todas si es su gusto. Paseen estos días por la Vía del Optimismo de la Nueva Sevilla Fin de Siglo que nace en el teatro de la Maestranza, dobla la esquina de la Previsión de Moneo, enfila la avenida que gracias a los bares y a las librerías ya no es el desierto que fue, y llega hasta los naranjos florecidos en luz de la Plaza Nueva. Allí, imaginen que si siempre estas fiestas son -pese a los Scrooge- la extroversión de un hondo deseo de cambio y de mejora, este año la bella iluminación podría representar la voluntad de normalidad y felicidad que sólo se puede hallar en la pluralidad, de sosegado y culto crecimiento que sólo puede ser fruto de la libertad. Créanselo, que es la mejor forma de hacerlo real, y deséenle a la ciudad en el final de este año constitucional un feliz 1999.

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