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Crítica:CRÍTICA CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La esencialidad de Barenboim

Daniel Barenboim Obras de Beethoven. Staatskapelle Berlin. Director y solista: Daniel Barenboim. Palau de la Música, Sala Iturbi. Valencia, 21 noviembre 1998.Si la intensidad de los aplausos fuese el indicativo principal de la verdadera calidad de un concierto, éste de Daniel Barenboim quedaría por debajo de su ya legendario recital del pasado mayo en el Palau. Por no compararlo con la desmesura en los elogios suscitada por recientes y mediocres presencias de divos en el auditorio. Este cortés calor del público, el de abono y el del protocolo, quedó anteayer en entredicho frente a lo esencial del concepto interpretativo. Un programa Beethoven, presumiblemente con poco juego en alguna de las batutas de consumo discográfico tan de moda hoy, nos situó ante la cruda realidad del fenómeno Barenboim, mucho más turbador y revulsivo de lo que sus incursiones en la música popular dejan atisbar. Acaso nunca se haya dado en un artista, de modo tan fáustico, la unión de Apolo y Dionisos como lo acusan las versiones beethovenianas de Barenboim. La diáfana geometría de la objetividad que caracterizó a Klemperer se deja atravesar en ellas por el demon y el estro poético de Furtwaengler sin que el equilibrio entre forma y contenido resulte dañado en un ápice de su bien meditada frescura expresiva. La Quinta sinfonía, el Tercer concierto y la obertura de Egmont adquieren así un resplandor de eterna modernidad que explica, con verdad más profunda que las versiones "historicistas", el inmenso poder creativo que alberga la música beethoveniana. Beethoven es agon, lucha sobrehumana por encender en nuestro interior el fuego de Prometeo que el titán alumbró en sus soledades. Nada de lo sucedido en la música posterior habría sido posible sin la llamarada beethoveniana. Y esto es lo que Barenboim explicó, sin demagogia ante el teclado ni alardes de virtuosismo técnico frente a la orquesta. Por ejemplo, en la cadenza del Concierto mostró cómo la plasticidad del pedal impresionista subyace en el piano beethoveniano (véase el papel que juega el pedal en las partituras sonatísticas). O cómo la flexible y dinámica armonía de las voces graves en la Sinfonía en do menor procede de quien hiciera del piano su diario íntimo. Este plus de ser a un tiempo director y pianista permite a Barenboim articular el diálogo entre piano y orquesta con una lógica de las emociones que rara vez se da en otros intérpretes. La libertad métrica del solista se correspondió con la inspirada respuesta de la formación berlinesa, hasta alcanzar ese ideal de mutua comunicatividad que invalida cualquier reparo momentáneo del oyente purista. En la Quinta y Egmont Barenboim no subrayó lo obvio, como hacen los simples lectores de notas, sino que indagó las voces interiores de la orquesta, extrayendo la inagotable riqueza de la armonía en los tiempos extremos y la soberana belleza de las variaciones en el andante. Si la perfección en el arte tiene alas, anteayer su vuelo se dejó sentir en el Palau.

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