Genética
JOSÉ RAMÓN GINER Yo no me acabo de creer que el Partido Popular llegue a ser un partido de centro alguna vez. Don José María Aznar podrá repetirlo cuantas veces quiera, organizar congresos ad hoc o cambiar algunos de sus dirigentes por otros de rostro más amable y corte menos celtibérico. Pero yo dudo que esos considerables esfuerzos lleguen un día a buen puerto y el Partido Popular alcance el centro. Y ello, sencillamente, porque va en contra de su código genético. El centrismo pide moderación, liberalidad, un punto de tolerancia. Y todas estas virtudes no las contempla, desgraciadamente, el código genético de nuestra derecha. La derecha de este país -no digamos, la de la Comunidad Valenciana- es bronca, autoritaria, obtusa de formas. Continuamente parece preocupada porque sepamos que es ella quien manda aquí. Busca revestirse con la piel del cordero cen-trista, pero no deja de mostrar amenazadoramente la vara de mando. En ocasiones, -ahí está el tema de la lengua- ensaya un ejercicio democrático pero, si las cosas se le tuercen, si vislumbra que el resultado no va a ser de su gusto, rompe de inmediato la baraja o anula la partida. Las formas de la democracia, que son su esencia, resultan para ella un trámite engorroso al que se aplica de mala gana. Sinceramente, ¿creen ustedes que bastaría un congreso para que un hombre como el conseller Camps modificara su carácter? Repasen su actuación en los nombramientos para el Patronato del Misteri d"Elx. No encontrarán otro asunto donde la prepotencia, el desprecio al gobernado y el autoritarismo aparezcan en forma más grosera y gratuita. No es ya que el señor Camps haya ninguneado a la Junta del Patronato. Es que ha sido descortés con ella, al punto de ridiculizarla ante la opinión pública. Y esto, cuando no tenía necesidad alguna de hacerlo. Ningún enemigo político le acosaba. A nadie tenía en su contra. Yo no me explico, si no es por una patología de la autoridad, que el conseller Camps haya renunciado al diálogo, a la persuasión, al convenci-miento para actuar de esta manera. ¿Podrá un congreso o unas disposiciones cambiar la idiosincrasia del alcalde Díaz Alperi? ¿Serán suficientes para que este hombre deje de hacer las cosas porque le da la gana, como ha manifestado en varias ocasiones y busque el acuerdo, la discusión con los contrarios? Desgraciadamente, yo no veo cómo estas medidas, por muy buena intención que las anime, puedan hacer de Díaz Alperi un hombre de centro, respetuoso con la oposición y con los ciudadanos, dispuesto a admitir y tolerar que alguien discrepe de sus proyectos. Como no veo que puedan modificar el carácter del diputado Maluenda, el de don Julio de España o el del presidente don Eduardo Zaplana. Y es que la moderación, la liberalidad, la tolerancia no se obtienen por decreto ni celebrando un congreso. Son virtudes difíciles que requieren de una larga práctica y un convencimiento profundo. Es posible que, de persistir en su propósito, nuestra derecha alcance el centro algún día. Será un momento dichoso. Pero, para que este cambio sea real, efectivo, hará falta más de una generación. Las mutaciones genéticas no se improvisan. Son muy complicadas y piden su tiempo. Y un caldo de cultivo adecuado. Todo lo demás, no deja de ser propaganda y ganas de jugar al doctor Strangelove, aquel simpático y terrible personaje de la película de Kubrick.
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