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Tribuna:CRÍTICA CLÁSICA
Tribuna
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Batuta superficial

Orquesta Filarmónica de Dresde Obras de Strauss, Weber, Liszt y Wagner. Orquesta Filarmónica de Dresde. Director: Michel Plasson. Palau de la Música, Sala Iturbi. Valencia, 18 octubre 1998.El Don Quijote de Richard Strauss abrió este primer concierto de abono del Palau, dentro de una temporada que dedicará atención preferente a la obra del músico bávaro con motivo del cincuenta aniversario de su muerte. Strauss es el compositor alemán más popular de este siglo. Su inmensa obra arranca de la herencia de Brahms y Wagner, lleva la estética postromántica hasta su práctico agotamiento expresivo e incursiona en las corrientes de vanguardia de modo tangencial. La modernidad de Strauss no es tal per se, sino más bien un recurso expresivo y pintoresco puesto al servicio de una idea literaria y musical de signo conservador. La reflexión, sobre la que volveremos en otras ocasiones, viene a cuento por la ausencia más que notable de otros compositores alemanes en la programación de las formaciones germanas que visitan el Palau. Autores como Henze, Hartman, Fortner, Egk, von Einem o Eisler no existen prácticamente para nuestro público. En el concierto del pasado domingo, la pieza de Strauss vino acompañada por la obertura del Der Freischütz de Weber, Los preludios de Liszt y la obertura de Tannhäuser de Wagner. No trato de hacer crítica negativa, pero estas músicas datan de la primera mitad del siglo pasado. O sea, lo que la Filarmónica de Dresde hizo fue reproducir un programa típico en la década 1895-1905. El siglo veinte, al parecer, no existió en Alemania. Por lo demás, la formación sajona evidenció en ciertos pasajes solistas la permanencia de una excelente tradición musical, que sobrevivió a la catástrofe de 1945. No se deduzca de este hecho la consecuencia de que la Filarmónica de Dresde sonó en manos de Michel Plasson con el idiomatismo que lo hacía en tiempos de Busch o Schuricht. Plasson es un director con vocación operística, y esto se manifiesta en el fraseo cantable del tema de Agathe (en Der Freischütz) o en la meditación nocturna de Don Quijote. A cambio del encanto de esos pasajes, Plasson nos obsequió con un general desconcierto estructural en la construcción formal de las partituras. La unidad de pensamiento fue inexistente en el desarrollo por variaciones del Don Quijote, del mismo modo que estuvo ausente la intensa catarsis en los finales de Weber, Liszt y Wagner. La superficialidad de la batuta, producto de una pulsación rítmica localizada en el pie izquierdo del director, limitó el escalonamiento en profundidad de las texturas orquestales, que en estas orquestas alemanas desemboca en una peculiar espesura del sonido. La conclusión del coral de Tannhäuser, por ejemplo, resultó peligrosamente devaluada. Ello no restó intensidad al aplauso de un público satisfecho por la comodidad del programa y motivó dos propinas (Vals triste de Sibelius y Danza húngara nº 1 de Brahms) fácilmente prescindibles.

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