De figura ascendente a prisionero de Le Pen
Charles Millon era, hasta el pasado 15 de marzo de 1998, una de las figuras de la derecha democrática francesa, incluso uno de los presidenciables de la UDF, la federación europeísta de partidos liberales, centristas y democristianos. Gobernaba desde hacía años en la región Rhône-Alpes y, desde Lyón, se iba construyendo lo que los politólogos franceses llaman un destino nacional. En 1993, dio un nuevo paso en su carrera al ser nombrado ministro de Defensa del Gobierno dirigido por Balladur. Pero en 1995 comete un primer error, pues prefiere ponerse del lado de Balladur a escoger la candidatura presidencial de Chirac, que finalmente se impuso. Ese error de cálculo le supondrá una primera marginación en las filas conservadoras. La derrota de la derecha en las legislativas de 1997 hace frágil a la UDF y la derecha se pregunta de nuevo si puede seguir desentendiéndose del 15% de electores que vota al Frente National (FN). En 1998, Millon se ve superado en las regionales por el candidato socialista. Para no perder la presidencia de uno de los cuatro motores de Europa, Millon opta por pactar con el diablo y acepta los 35 votos del FN. La extrema derecha, dirigida en la región por Bruno Golnisch, le obligará a modificar su política: se acaba el cristianismo liberal, abierto a la izquierda, que había caracterizado la carrera de Millon durante años. Ahora recorta las ayudas a centros culturales, a jóvenes que iban a ampliar estudios en el extranjero, a instituciones dedicadas a la política social. Desde ese 15 de marzo de 1998, Charles Millon es otro hombre. La UDF, después de mucho vacilar y de concederle un ultimátum, le expulsa. Millon se apresura a crear un nuevo partido, La Derecha, que se declara antirracista, pero abierto a todos los votantes de la derecha. Además, Millon redescubre el encanto del regionalismo y se muestra beligerante contra sus antiguos aliados gaullistas. De momento, La Derecha parece un mero satélite del FN porque Chirac ha desautorizado abiertamente a Millon y el debilitado presidente sigue siendo el clavo ardiendo al que se agarra casi toda la derecha democrática. Cada una de las salidas oficiales de Millon en Rhône-Alpes se ve salpicada de manifestaciones de protesta. Apenas importa que inaugure una escultura, visite una escuela o presida una sesión del consejo municipal del pueblecito del que es alcalde. Siempre hay varias decenas o centenares de personas que le recuerdan que si manda es porque ha aceptado que sus aliados del Frente Nacional le dicten su política. En Francia nadie, excepto los amigos de Le Pen, quiere fotografiarse junto a Millon. Es un apestado y sobrevive haciendo causa común con Soisson (Bourgogne), Blanc (Languedoc-Roussillon) y Baur (Picardie), los otros políticos procedentes de UDF que han aceptado los votos de los ultraderechistas. Pero ni tan siquiera estos compañeros de travesía del desierto han querido inscribirse en La Derecha.
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