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Sospechas

ADOLF BELTRAN Algo hay detrás del conflicto de Ford. Desde luego, más que un rifirrafe entre la empresa y los trabajadores a cuenta de un convenio. Una interpretación razonable es que se trata de un efecto de la internacionalización económica, de la creciente interrelación del mercado europeo. La gran proyección pública de la polémica, azuzada en un determinado momento por la dirección de la factoría de Almussafes y mucho más sosegada en los últimos días, apunta a que las reivindicaciones sindicales y las exigencias patronales se establecen mirando al universo de plantas industriales similares que llena el continente, lo que nos ha acostumbrado a oír hablar de la fábrica de Saarlouis, en Alemania, como de un paraíso inimitable. Sin embargo, puede haber otra interpretación más grave, otra sospecha, limitada al mundo interno de la propia Ford. Con ella, Saarlouis se convierte en una especie de hombre del saco que se llevará todo lo que tenemos. La planta de Almussafes estaría condenada a sufrir una progresiva degradación en la competición feroz que marca la adaptación de la gigantesca multinacional del automóvil a las condiciones del mercado en este final de siglo. Estaríamos, por tanto, ante el inicio de una decadencia. También despierta todo tipo de inquietudes la afición de los responsables del PP a los parques de atracciones. Una afición tan intensa que les lleva a construir un complejo lúdico, la Ciudad de la Luz, sacado de nuestras peores pesadillas, a sólo 40 kilómetros de Terra Mítica. El dirigente socialista Joan Romero se acercó hasta el parque temático de Benidorm la semana pasada y dijo en voz alta lo que muchos piensan. ¿Por qué se pone en marcha sin un socio tecnológico? Algunas mentes perversas creen que el socio tecnológico en cuestión, la Disney, la Universal, la Paramount o cualquier otro, aparecerá en escena tarde o temprano, cuando los esfuerzos y dineros públicos destinados al proyecto hayan dado sus frutos. Alcanza, por otra parte, la cosa del idioma su momento culminante con las suspicacias de todos a flor de piel mientras se negocia, in extremis, la lista de componentes de la Acadèmia Valenciana de la Llengua. Algunos intuyen en las actitudes esquivas de Zaplana el miedo del jugador que ha de lanzar el último balón, el decisivo. Estaría el presidente tratando de marcar sin que haya una explosión de disgusto o de júbilo en las gradas. Todo esto no son más que sospechas y ya se sabe que las sospechas no son nunca noticia. Aunque a veces llegan a convertirse en acontecimiento.

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