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Kosovo y la crueldad de los Balkanes

Tras tantas y tan terribles imágenes como las que nos fueron presentadas durante la guerra de Bosnia-Hertzegovina y ahora volvemos a ver en Kosovo, es imposible no plantearse de nuevo el origen o la naturaleza de esos hechos.En esta última guerra balcánica, se ha atribuido dicha crueldad especialmente a los serbios; durante la Segunda Guerra Mundial se la vinculaba a los crímenes de los ustachi croatas, a los "balistas" albaneses o a otras naciones. Pero ningún calificativo nacional o étnico puede englobar o circunscribir de manera adecuada este fenómeno.

Permítanme que comience esta triste disertación con una de las escenas más feroces de la literatura de nuestro siglo. Quizá ayude a responder a algunas de las cuestiones que hoy, cuando en Kosovo acaba de producirse una de las más graves tragedias, se han vuelto a poner de actualidad. En uno de los primeros capítulos de Puente sobre el Drina, de Ivo Andric (escritor croata por origen y serbio por adopción, premio Nobel de Literatura), describe sin piedad el empalamiento de un serbio rebelde bajo el imperio otomano: "Un palo de encina, de cerca de cuatro metros de longitud, tallado en punta como es preceptivo, con la extremidad de hierro perfectamente afilada y untada de sebo"; un hombre "empalado como un cordero en el asador, con la diferencia de que la punta no sale por la boca sino por la espalda, sin haber dañado gravemente los intestinos, ni el corazón, ni los pulmones". La operación necesita de la competencia de "especialistas" y de instrumentos apropiados; por ejemplo, varios martillos o mazos que hunden, progresivamente, golpe a golpe, la estaca en el cuerpo desnudo, atravesándolo de parte a parte. Se trata de evitar lesionar órganos vitales y que el rebelde sobreviva algunos días, fijo entre dos postes, para provocar el miedo y dar ejemplo: "Hinchado y rojo como una máscara, dando estertores desde lo alto de la estaca y escupiendo una espuma blanca". Ésa es la suerte del que se niega a someterse.

Hay que imaginarse centenares de casos parecidos a lo largo de las sinuosas carreteras de los Balcanes, en medio de las abigarradas encrucijadas, a lo largo de los sombríos siglos. El sufrimiento así encarnado y "el mal así interiorizado" provocan una venganza que no se conserva sólo en el fondo de la memoria, sino también en alguna otra parte, no sabemos exactamente dónde. Las circunstancias despiertan, un día u otro, esos sentimientos perturbadores y mortuorios, los activan bajo la forma de resistencia o agresión, de sacrificio o de crueldad.

La generación anterior a la mía nos inculcaba que, gracias a semejantes tormentos y suplicios, sufridos por nuestros antepasados, Viena no había sido conquistada por las "hordas asiáticas", lo mismo que Venecia o Trieste: "Sin nuestras víctimas" no habría existido el Renacimiento italiano o la prosperidad de la Mitteleuropa; "lo pagamos con nuestra sangre"; ésa es "nuestra contribución a Europa".

Cierro este paréntesis mítico o mitológico.

No sé en qué medida ni hasta qué punto las trágicas experiencias que acabo de evocar persisten o sobreviven en el seno de una tribu o de una nación; seguramente debe depender de circunstancias que no son únicamente históricas, o de sabe Dios qué. Y no menciono estas cosas para justificar nada. El mal también existe fuera de este contexto.

En cuanto a la cuestión de la crueldad, las respuestas varían según el origen de quien las da y de a quién van dirigidas. La última guerra de los Balcanes (esos Balcanes que también son, como se complacían en recordarnos, "la cuna de la civilización europea") nos ha provisto de gran número de juicios de diversas procedencias. Un serbio no admitiría jamás que su nación sea en ningún caso más cruel que otra. O evocaría no sólo el tiempo trágico de la ocupación turca, sino también las odiosas matanzas cometidas por los ustachi croatas durante la Segunda Guerra Mundial, o los crímenes de los albaneses en diferentes momentos de la historia. Los argumentos sobre el "primitivismo" de estos últimos jamás han cesado en Serbia: sobre la "toma de sangre" (gjakmarrja) que practican y las terribles venganzas exigidas por sus "cánones" tradicionales (Kanuni i Lckë Dukagjinit). Por su parte, los albaneses afirman que, de todos los ejércitos que han atravesado sus montañas, ninguno ha sido tan cruel como el de los serbios. Los croatas invocan a su vez a las víctimas de Beileiburg al final de la Segunda Guerra Mundial, la "dictadura", la "tiranía" o la "explotación" practicadas por el gran hermano, etcétera. Con frecuencia, los nacionalistas de todo tipo exponen estas acusaciones recíprocas de manera caricaturesca o descarada. Raras son las mentes imparciales que saben elevarse au-dessus de la mêlée. Son vistas como "traidores a la nación" y severamente castigadas.

A este fenómeno se añade otro de origen probablemente parecido. Las mayores derrotas en los Balcanes (como la que tuvo lugar en Kosovo en 1389) son sentidas no sólo como heridas, sino también como hechos o acontecimientos gloriosos, memorables y en cierto sentido fundadores. Han marcado el carácter y las diferentes tradiciones (la poesía popular serbia, que está entre las más bellas de Europa); han terminado por leer, a través de una planilla épica y folclórica, con frecuencia deformada y deformante, casi todo el pasado y el presente. Uno de los grandes problemas de Serbia y de otros países balcánicos está vinculado precisamente a esta manera, anclada y arraigada, de leer su propia historia y de reconocerse. Numerosos "historiadores nacionales" y reputados acádemicos se prestan con gusto a tal práctica, susceptible de favorecer su popularidad.

Vuelvo sobre la imagen descrita por Ivo Andric y la cuestión de la crueldad. El mal está diseminado en espacios mucho más amplios y variados (lo hemos podido observar no hace mucho fuera de los Balcanes, en el seno de las naciones más "civilizadas" de Europa). En este momento se manifiesta de modo particularmente atroz en ciertos medios serbios, animados por la política ultranacionalista de Milosevic. En otras partes está por el momento agazapado en alguna parte del fondo del alma y prepara su venganza.

Esto puede durar mucho tiempo. Las posguerras son a veces tan insoportables como las guerras mismas.

Predrag Matvejevic es escritor ex yugoslavo de origen croata y ruso.

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