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Los españoles salen a ganar

Optimismo en la selección nacional en vísperas del Mundial de fondo en carretera

Carlos Arribas

La euforia, el optimismo, la ambición crecieron en la Vuelta más española hasta inflarse como un globo. La ausencia de un líder definido, propiciada también por la lesión de Abraham Olano, dio a la selección española un aire de república autogestionaria en la que todos, los 12, corredores se sienten capaces de ser hoy el mejor del mundo. Casi todos han pedido galones de mando y a casi todos se los ha dado el seleccionador, Francisco Antequera. Tal es el aire de optimismo que uno de los pocos veteranos de la selección advertía: "A ver qué pasa aquí; a ver si ninguno va a querer trabajar cuando haya un corte, o así".Mauri, Rubiera, Heras, García Acosta, Odriozola, Álvaro González de Galdeano... Media docena de corredores que sueñan con ganar hoy el Mundial de fondo en carretera, con vestir toda la próxima temporada el maillot arcoiris, con dar un salto gigantesco en su carrera. Corredores que entre todos, exceptuando a Mauri, y en toda su vida de profesionales habrán ganado media docena de pruebas. Ninguno de ellos ha ganado siquiera una prueba de la Copa del Mundo, pocos han ganado siquiera una etapa en una gran ronda. Pero aspiran a todo. A sabiendas de que hay por ahí unos monstruos italianos, o unos fanáticos holandeses. Son ambiciosos. Tienen a su favor la buena forma con que han terminado la Vuelta. Pero que recuerden: ganar el Mundial no es fácil; tampoco es una lotería para la que hay que comprar papeletas. Si no, el ciclismo español podría lucir algún campeón del mundo más que el solitario Olano de 1995. Y aun así.... Pese a que en el equipo falten los tres que ocuparon el podio de la Vuelta (Olano, Escartín, Jiménez), los que hay, aquellos que trabajaron para que ellos ganaran la prueba, se saben la nueva generación, el nuevo ciclismo español. Y el optimismo no se lo borran ni el frío, ni la lluvia, ni el viento que azotan Valkenburgo, circunstancias que en otras ocasiones les habrían quitado las ganas siquiera de salir a correr. Hasta se oye una canción por los pasillos del hotel: "que llueva, que llueva, que así gana Rubiera". A lo que el asturiano, con los pies en el suelo, responde: "Eso de que bajo la lluvia soy imbatible es un mito".

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No oyen a la razón que pregunta: ¿quién de vosotros, acostumbrados a las faenas de equipier, poco acostumbrados a pensar por vuestra cuenta, quién de vosotros tiene el olfato de un ganador, ese sexto sentido que avisa que el corte que se está produciendo ahí mismo, delante de vuestras narices, es el bueno? (Un respeto a Txente García Acosta: el navarro del Banesto cogió dos escapadas en el último Tour y las dos llegaron a meta. En la Vuelta de 1997 cogió un corte y ganó en la cima del Naranco). Y en el caso de tenerla, ¿quién de entre vosotros puede competir con, por ejemplo, Bartoli, o Tchmil, o Sorensen, o Armstrong, corredores que saben cuándo hay que escaparse y que son veloces, tienen fuerza para demarrar en los repechos, tienen su picardía a la hora de jugarse la victoria o son incansables a la hora de tirar relevos que sacan de rueda al que va con ellos? Y encima no son frioleros. Pero está el recorrido. 258 kilómetros. Una carrera de fondo. 15 vueltas a un circuito de 17,2 kilómetros. Dos repechos de cerca de un kilómetro, el Bamelenberg y el Cauberg, 12% a dos kilómetros de la meta. Se coge "a balón parado", en expresión de José Ramón Uriarte, después de una curva cerrada a izquierdas que obligará a todos a frenar y a impulsarse de cero. Qué cansancio. Qué miedo con el asfalto mojado, y la pintura de los aficionados y el aceite que sueltan los camiones formando una película deslizante. Qué Mundial.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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