El FMI, en el ojo del huracán
El organismo es criticado por utilizar la misma receta para todos los problemas
"El Fondo Monetario Internacional (FMI) debe ser reformado. Debe volver a su función original de experto consejero y proveedor de liquidez a corto plazo. Cuando el FMI concede un préstamo multimillonario, está jugando una partida de póker que no puede ganar: la banca, en este caso el mercado, simplemente tiene mucho más dinero", sentencia Henry Kissinger en un artículo publicado ayer por el diario Herald Tribune.El ex secretario de Estado del presidente estadounidenses Richard Nixon resume en este párrafo la opinión generalizada de los expertos sobre el papel del FMI en la actual crisis financiera mundial y el futuro de este organismo. Kissinger, al igual que muchos otros expertos, cree que el FMI es como un médico que prescribe el mismo tratamiento sin importar cuál sea la enfermedad o los síntomas. Y afirma que el remedio del FMI está haciendo más daño que bien.
Estos expertos no critican la propia existencia del organismo, sino su anacronismo y la diversidad de funciones que ha ido adquiriendo a medida que se alejaba de su principal misión, la estabilización económica mundial.
El FMI fue creado con este propósito el 27 de diciembre de 1945, en un acuerdo firmado por 29 países en una conferencia celebrada en Bretton Woods, en New Hampshire, Estados Unidos. Hoy se compone de 182 países miembros que aportan un total de 195.000 millones de dólares (unos 27,3 billones de pesetas). El 18,25% de esa suma la aporta Estados Unidos. Alemania y Japón ponen otro 11,34% a partes iguales. España, aporta el 1,33%. El porcentaje de los votos de los miembros es proporcional a lo que aportan, por lo que son los países del G-7 los que más influyen en las políticas del FMI.
¿Cuál es su misión? Básicamente, promover la cooperación monetaria internacional, facilitar la expansión y el crecimiento sostenido del comercio internacional, asesorar a los países miembros en el establecimiento de sistemas multilaterales de pagos y ayudar financieramente a los países con dificultades temporales en sus balanzas de pagos. A finales de agosto pasado, el FMI había aprobado préstamos por un total de 63.000 millones de dólares (8,8 billones de pesetas) a 60 países. Del total, 22.600 millones se destinaron a Asia y 19.800 millones a Europa, especialmente a Rusia.
Las objeciones a las políticas del FMI comenzaron con el soporte condicional que este organismo brindó el año pasado a tres países asiáticos (Corea del Sur, Tailandia e Indonesia) y, posteriormente, a Rusia.
Respecto a los tres primeros, tanto Kissinger como otros expertos consultados critican el hecho de que el FMI ha condicionado su ayuda financiera a políticas macroeconómicas muy duras, que en vez de restablecer la confianza de los inversores en los países que la han aplicado la han minado aún más.
La receta del FMI tiene tres ingredientes básicos: austeridad en el gasto público, subida de los tipos de interés para frenar la fuga de capitales y una fuerte devaluación de la moneda para impulsar las exportaciones y desalentar las importaciones.
Esta receta ha provocado una mayor desaceleración de las tres economías asiáticas que la aplicaron y, en vez de restablecer la confianza de los inversores, ha acentuado la desconfianza. Kissinger se pregunta, en el caso de Tailandia, cuánto tiempo puede este país mantener tasas de interés de más del 40%, un decrecimiento del 8% y una devaluación del 42% de su moneda. En el caso de Rusia, lo que se le critica al FMI es que haya entregado una gigantesca suma de dinero a un país que no estaba en condiciones de cumplir los requisitos que el propio organismo había impuesto para proporcionar esa ayuda. Se le reprocha no haber estudiado con más atención la situación de la económica y la política rusas antes de prestar el dinero.
Stanley Fischer, vicedirector del FMI, en un artículo publicado en el semanario británico The Economist la semana pasada, defendió al organismo. Fischer sostiene: "Aquellos que han criticado la subida temporal de los tipos de interés no han advertido que, de haberse mantenido los tipos en un nivel bajo, se hubiera provocado una mayor depreciación de las monedas de esos países, lo que, a su vez, hubiese aumentado la brecha de su deuda denominada en dólares estadounidenses. Y mientras la brecha provocada por la subida de las tasas de interés iba a ser temporal, la causada por una mayor depreciación de las monedas nacionales hubiese sido permanente". En pocas palabras, el FMI sostiene que para frenar la crisis había que estabilizar primero las monedas de esos países.
Stanley explica que el plan estaba bien diseñado, y que si no funcionó tan bien como el FMI esperaba se debió a que los gobiernos de los tres países eran reacios a aplicarlo, en primer lugar, y a que la situación de las economías del sureste asiático empeoró, especialmente debido a la entrada de Japón en recesión.
Una cuarta economía asiática, Malaisia, adoptó una estrategia para frenar la crisis que no sigue la línea del FMI, el control del capital. Tanto el director del FMI, Michel Camdessus, como el director de la Reserva Federal de Estados Unidos, se han opuesto abiertamente al programa malaisio.
Sin embargo, otros renombrados economistas como Paul Krugman lo han apoyado. Estos expertos subrayan que las medidas adoptadas por el Gobierno malaisio pueden resultar eficaces, pero que hay que tener en cuenta que el control de capital puede funcionar en este país porque no tiene un fuerte déficit de cuenta corriente y una gran deuda externa, de modo que la restricción a la entrada de capitales no provocaría un aumento insostenible del déficit. En otros países, como Brasil, sería muy arriesgado.
Respecto a Rusia, el FMI se defiende alegando que su actuación ha estado bajo una fuerte presión internacional. Que a pesar de que la economía rusa no tiene un gran peso mundial, el fenómeno psicológico que arrastraba hizo necesaria una intervención rápida. Los inversores identificaron en Rusia algo que podía suceder en otras economías emergentes. Ese temor se trasladó a América Latina.
Dos catedráticos de economía consultados, Carlos Rodríguez Braun, de la Universidad Complutense de Madrid, y Raúl Hopkins, del Queen Mary & Westwood College de la Universidad de Londres, coinciden en la relevancia del FMI en la estabilización de la economía mundial y en que, por esta razón, la comunidad internacional encontrará algún mecanismo para adecuar sus funciones a la llamada nueva arquitectura financiera mundial. Un tercer experto, Eduardo Crawley, investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos de Londres, también cree que habrá una reforma del FMI, pero hasta que llegue "la comunidad internacional se pasará hablando otro año".
Un experto que prefirió permanecer anónimo señaló que las críticas al FMI también han desencadenado un planteamiento moral acerca de los inversores privados. Cuando el Fondo sale al rescate de un país que es abandonado por los capitales especulativos desvirtúa la propia lógica del libre mercado que respalda. Kissinger afirma en su artículo que "el sector privado debe aprender a relacionarse con las necesidades políticas del país donde está llevando a cabo sus negocios. Todo el esfuerzo del capital privado debe estar vinculado a socios locales y las adquisiciones deben transformarse en empresas genuinas".
Hans Tietmeyer, presidente del Bundesbank, se ha referido muchas veces a la moral del mercado y no pocas ha advertido sobre la necesidad de una red de seguridad contra el capital especulativo.
Fischer está de acuerdo con la necesidad de que se diseñe una nueva arquitectura internacional, más transparente y con sistemas reguladores más eficaces, para evitar una próxima crisis.
Pero hoy, con una crisis por solucionar, pide que los miembros del FMI aprueben el aumento de sus cuotas para el organismo y sugiere que los países europeos reduzcan sus tipos de interés a los niveles de Francia o Alemania (el 3,3%) para que, de forma coordinada con la bajada de los tipos que la Reserva Federal estadounidense realizó la semana pasada, se traduzca en un alivio para los mercados y el punto de partida para frenar la tormenta.
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