El rey está desnudo
Un cuento medieval, del que se conocen versiones en toda Europa, narra la historia de unos tejedores que llegaron a cierto país y ofrecieron al rey fabricar un paño mágico, algo tan especial que sólo podrían verlo aquellos que no fuesen hijos de padre desconocido. Hicieron como que vestían al rey con él y éste se paseó desnudo ante sus súbditos, sin que nadie se atreviese a reconocerlo por temor de ser señalado como bastardo. Al final, cuando los autores de la burla ya habían huído, un niño puso fin al entuerto diciendo en voz alta lo que resultaba evidente para todos: que el rey estaba desnudo. Tengo la impresión de que algo de esto está sucediendo en Valencia con el desgraciado asunto del proyectado traslado del 40% de la producción del Ford Focus a Alemania. Llama la atención el escaso espacio que una noticia de esta envergadura ocupa en los medios. Si bien se mira, la pérdida de esos 500 puestos de trabajo no sería solo un desastre para Almussafes o para su comarca: toda la Comunidad Valenciana y, en última instancia, el tejido industrial español en su conjunto se resentirían de ello. Y sin embargo, casi nadie habla claro. Los sindicatos se debaten entre el trauma seguro de dejar sin trabajo a millar y medio de familias y la frustración de ver cómo conquistas sociales que parecían sólidamente cimentadas se volatilizan, a no ser que uno renuncie a su dignidad. Los partidos políticos, ya desde el gobierno, ya desde la oposición, saben que, hagan lo que hagan, los ciudadanos les pedirán cuentas, así que tienen la tentación de no marear demasiado la perdiz, aunque también les consta que por ello no dejarán de recriminarles. La ciudadanía, en fin, no se atreve a manifestarse, porque podría ser peor el remedio que la enfermedad: como el puente de la mocaorà está cerca y el Valencia va bien en Europa, a vivir, que son dos días. Pero de Europa se trata, precisamente. Ayer mismo, mientras casi nada trasciende de las negociaciones del convenio de la Ford, nos enteramos de que Schröder le propone a su colega francés incluir a Gran Bretaña en el eje franco-alemán, obviamente con el propósito de pilotar la marcha de Europa. En otras palabras, que el difícil equilibrio al que había llegado la UE entre países nórdicos y países mediterráneos, vuelve a romperse en favor de los del norte. Una batalla más que se pierde, después de la entrada de Austria, Suecia y Finlandia en el club. Lo de la Ford es una escaramuza de lo mismo, y el que no quiera verlo está ciego. Dicen que los obreros de Almussafes piden demasiado y que hay mucha competencia. Puede ser, pero nadie ha hablado de llevar la producción a Marruecos. Como en el caso de la Disney, que se fue de la costa mediterránea a las brumas de París, como en el conflicto de Seat-Volkswagen en Barcelona o el de Gilette en Sevilla, se trata de desnudar a un santo para vestir a otro. Nosotros ofrecemos sol y playa, de modo que se nos supone acostumbrados. Algo habrá que hacer, digo yo. Es verdad que en España la prosperidad se ha ido desplazando durante las últimas décadas desde el Cantábrico hasta el Mediterráneo. Pero es que España es un país mediterráneo. Sólo un absurdo malentendido de la Historia y la quiebra de la política mediterránea de la Corona de Aragón, que aún dura, ha podido hacernos creer lo contrario. Las expectativas europeas de España o pasan por el mare nostrum o, simplemente, no existen. Con más razón en Valencia: cuando el cierre de la siderurgia de Sagunto cernió negros nubarrones sobre el país, hubo que acudir a industrias auxiliares azulejeras y cristaleras de capital árabe o italiano. El problema de la Ford no es un simple problema sectorial. Siempre me ha parecido ridícula la aplicación abusiva e inexacta del adjetivo estatal: los quesos del Estado, las montañas del Estado, los adolescentes del Estado. Y, sin embargo, el de Ford España sí es un problema de Estado, y grave. Porque el que Almussafes vaya mal, supone algo más que una factoría que se resquebraja. Es toda una forma de vida, la de los antiguos griegos y romanos, que hemos hecho nuestra, la que se pone en entredicho. Después del fiasco de la llegada de mister Marshall, tuvimos que emigrar a Alemania. También sería cosa que ahora que parece que se empieza a rodar el bon viatge, mister Marshall, tuviéramos que hacerlo otra vez. En este caso en Euromed. Pero no es un consuelo.
Ángel López García-Molins es catedrático del departamento de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia.
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