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Eficacia, mucha eficacia

JULIO A. MÁÑEZ Es bastante probable que doña Rita Barberá sea una forofa de aquel ministro franquista de obras públicas, de sonoro nombre, que conjugaba perfectamente el predicado del fin de las ideologías con el verbo del Estado de obras, lo que quiere decir que el Estado carecía de ideología, tal vez porque sólo cabía atribuirle una bastante malsonante, pero no por ello debía renunciar a elegir, desde la ideología, entre dispensar concesiones de autopistas o construir autovías, potenciar la red de ferrocarriles o sembrar las ciudades de aeropuertos, entre otras decisiones que definen perfectamente si el ejecutor de turno se sitúa a la derecha o a la izquierda, por echar mano de conceptos trasnochados y sin significado alguno para la derecha. La bronca de las ideologías llega hasta el punto de que el mismísimo Gil y Gil no se cansa de afirmar que él de política no entiende, aclaración innecesaria en su caso ya que de lo que sabe este hombre es, sin duda, de otra cosa, y que su gestión municipal se limita a conseguir la eficacia que los políticos, por serlo, desdeñan. Es esa clase de eficacia exactamente la que caracteriza la gestión de nuestra Rita al frente del Ayuntamiento, aunque navegue bajo otras siglas. Basta para persuadirse de ello con echar una mirada a una ciudad totalmente destripada, en la que las zanjas que se cerraron en junio se abren en agosto para cerrarlas en falso en septiembre, donde la multiplicación de farolas en según qué zonas del centro tienen la desdicha de no irradiar su cargante luz hasta los barrios de extrarradio, donde florecen los proyectos de edificios de esos que llaman emblemáticos como excusa para que la especulación inmobiliaria haga el agosto de todos los años asolando lo que queda del paisaje urbano con sus temibles bloques de viviendas, y donde, en fin, hasta el horario de recogida de basuras, por no mencionar la selectiva distribución de los distintos contenedores, tiene el detalle de incordiar en las horas más intempestivas a los núcleos de vecindario con menor poder adquisitivo. No es fácil atribuir a tan heterogéneo frenesí de actividades un significado precio, descartada la propensión a fastidiar al vecindario. Quizás el propósito de doña Rita, como sucede con su vestuario, no sea otro que el de llamar la atención, hacerse notar, conseguir a cualquier precio que no pase inadvertida su presencia. Ese exhibicionismo político extiende su carácter campechano a la proliferación insensata de obras de dudosa utilidad y rendimiento problemático, y remarca una sólida pero acaso insegura presencia donde no debería ser celebrada sino su ausencia. Es también una manera impropia de afirmar aquí estoy yo que tal vez olvida que al multiplicar para toda clase de vecinos las situaciones enojosas puede concluir en el desapego ciudadano ante una persona engorrosa que no sabe estar en compañía si no recurre a estorbar a todo el mundo, un tanto a la manera de una de esas fiestas donde los invitados acaban por dar la espalda al patoso de turno que, no contento con abrumar con sus chistes, los cuenta sin ninguna gracia. La eficacia propia de nuestra Rita destaca tanto a la vista como ella misma. Y cansa. No le vendría mal un largo periodo de reposo, con lo que también sosegarían sus acongojados ciudadanos.

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