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Ombligos, navels y tortellini

Uno de los mayores alicientes estivales consiste en la contemplación de los ombligos, que en invierno depende de factores accidentales y es más bien fugaz, pero en verano puede alcanzar niveles de veneración y misticismo. No se trata de un tema baladí, y menos en una tierra donde una de las naranjas más emblemáticas luce una impronta umbilical y debe su nombre, navel, a la palabra ombligo en inglés. Hace tan sólo cinco siglos el ombligo era un problema candente, en particular para teólogos y pintores. Si ni Eva ni Adán habían nacido de mujer, no había motivo para que existiesen restos de su cordón umbilical, es decir para que tuviesen ombligos. Pero, si no los tenían, ¿no eran imperfectos como seres humanos? ¿Y acaso podía Dios crear algo imperfecto? ¿No parecía más sensato suponer que había adornado a sus prototipos con todos los atributos de la preexistencia? Mientras los teólogos disputaban, los pintores procuraban no comprometerse. Hacían crecer sus hojas de parra para ocultar al mismo tiempo genitales y ombligos, o les añadían un sarmiento que cubría el lugar donde, caso de existir, debían ubicarse estos últimos. En ocasiones el sarmiento adoptaba involuntariamente una forma o una posición de reminiscencias fálicas, lo que en vez de arreglar las cosas las empeoraba. Otros pintores escondían el ombligo de Eva gracias a sus larguísimos cabellos, y se quedaban mirando el de Adán sin saber si debían omitirlo del todo o pintarlo como una levísima sombra que, ante el acoso de la Inquisición, pudiera tomarse por un excremento de mosca o un desliz casual del pincel. Como para compensar la mojigatería de otros, Miguel Ángel pintó a Adán con ombligo, quizá porque estaba en estrecho contacto con el pontífice y se sentía a salvo de cualquier malinterpretación. A mediados del siglo XVII la cuestión seguía sin resolverse. La atribución a Adán, escribió sir Thomas Browne, "de esa tortuosidad o complicada nudosidad que usualmente llamamos ombligo, es un error espantoso, del que se infiere que el Creador cometió actos superfluos o partes ordenadas sin uso ni oficio". Sofistas más sutiles argumentaron que Dios podía haber creado a Adán y a Eva con ombligos precisamente para poner a prueba la fe de los hombres, y darles a elegir entre ser razonables o devotos. Algunos defensores de la literalidad de la Biblia aplicaron la hipótesis a la totalidad del planeta, y postularon que Dios había creado también los estratos geológicos y los fósiles para ofrecer un pasado sensato y armonioso, aunque ilusorio. Basándose en estas premisas, el naturalista británico Philip Henry Gosse publicó en 1857 su monumental libro Omphalos -ombligo en griego-, cuyo subtítulo es Tentativa de desatar el nudo geológico. La mayoría de los lectores se partieron de risa. Los estudiosos, que no suelen coincidir, señalan a William Hays, censor del cine norteamericano y autor del tristemente célebre Código del pudor, como el mayor onfalófobo de la historia. Hays prohibió que se mostraran ombligos en las películas y fue inflexible ante las artimañas de los productores, partidarios de cubrirlos con simples velos. La dictadura de Hays tuvo un final jocoso cuando su mujer solicitó el divorcio por prácticas antinaturales, e hizo esta declaración ante los jueces: "Mi marido confunde el ombligo de Venus con la flor más pura de la procreación". Lo que inevitablemente trae a la memoria el recuerdo añejo de cierta pareja que, cuando acudió al ginecólogo preocupada por su esterilidad, fue informada de que la concepción no acontecía en el ombligo. Y es que, empeñada en la persecución del biquini, la onfalofobia franquista contribuyó a que el ombligo gozase de una reputación excesiva. A diferencia de lo que afirmaba el título de cierta novela de Álvaro de Laiglesia, no todos los ombligos son redondos. Los hay horizontales, verticales, protuberantes, asimétricos, enmarcados por unos anillos más o menos completos que los fisiólogos han bautizado evocadoramente como pezones. En los ombligos llamados de grano de café, por ejemplo, el anillo o pezón se ve mejor circunscrito por arriba; en cambio, por debajo desaparece y la piel desciende con suavidad hacia el resto del vientre. Dicen los boloñeses que, cuando Bolonia aún se llamaba Félsina, la diosa Venus pasó por el lugar y, para demostrar el aprecio que sentía por sus antepasados, permitió que tomaran la medida de su ombligo, que era el más perfecto del mundo. Así pudieron conocer las dimensiones precisas de su especialidad culinaria más reputada, los tortellini en forma de anillo. Hoy está de moda entre las jóvenes el ombligo alhajado, perforado por anillas o botones metálicos que atraen la atención y lo enriquecen con brillos, pero al mismo tiempo alteran su clásica sencillez. Una de mis ilusiones recurrentes es componer un libro exhaustivo y sensual sobre los ombligos. Pero hasta ahora no he encontrado a un editor suficientemente osado o entusiasta.

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