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La última portada del Tour fue Pantani

La figura del italiano equilibra los escándalos: cinco equipos registrados, 20 personas hicieron noche en comisaría, cuatro siguen en la cárcel, y otras cuatro, en libertad provisional

Luis Gómez

El triunfo de Marco Pantani tiene un carácter romántico que no tuvieron los éxitos de Miguel Induráin ni la explosiva aparición de Jan Ullrich. Su victoria es extraordinaria por numerosas razones: ha desempolvado el ciclismo a la antigua usanza, ha tenido un comportamiento heroico en el Galibier, es un ciclista natural, adaptado al medio montañoso, imperfecto por tanto; y ha estado por encima de los acontecimientos en el Tour más escandaloso de todos los tiempos. Su naturalidad ha salvado al Tour, necesitado de un personaje atractivo dentro y fuera de la carrera. En ese sentido, el Tour ha tenido mucha suerte: Pantani se expresa con tal convicción que transmite credibilidad. No estamos ante un hombre que conteste con monosílabos, sino ante un atleta que razona y que no tiene reparos en afirmar que acepta la obligación de mostrar la épica del ciclismo. Gracias a él, el ciclismo ha recuperado su principal virtud en el momento más delicado de su larga historia. Venía bien para que, en el balance final, no todo resultara oscuro, sucio e hipócrita.Induráin era un superdotado, además de un corredor frío y calculador como ningún otro. Era admirado por superlativo. Ullrich semejaba más un producto de laboratorio, metódico, fiable, manifiestamente competente en todos los terrenos, que un ciclista natural. Jugaba a la imitación de Induráin y a instalarse como único dominador por largo tiempo. Eran ciclistas mecanizados, que sólo existen en la carretera; fuera callan y descansan: todo su esfuerzo vital está orientado a obtener el máximo rendimento. Entonces llegó Pantani. El Pirata. Como un héroe de los cuentos de aventuras, como un ciclista llegado de otro tiempo. Con su pañuelo y su perilla, su cuerpo menudo, sus 50 kilos de peso y la ligereza de un bailarín sobre la bicicleta. Y sus imperfecciones. Y su doble vertiente: un escalador que asalta cada cumbre con fiereza y un hombre razonable fuera del escenario, capaz de largas disertaciones, de explicar el porqué de las cosas. Pantani, además, rehabilita al ciclismo italiano. Su victoria es histórica porque repara 33 años de decepción.

Intensidad manifiesta

El Tour ha sido un acontecimiento de una intensidad manifiesta, porque ha sumado dos escenarios, el propio de la carrera (22 días de competición, casi 3.800 kilómetros de recorrido, 21 etapas) y el escenario exterior, marcado por una investigación procedente del juzgado de Lille, con la intervención del implacable juez Patrick Keil y la movilización de un impresionante despliegue policial, nunca visto en una prueba deportiva. Ha habido un Tour judicial, con 15 etapas, que arrancan el 8 de julio, fecha en la que se detiene al masajista del Festina (Willy Voet) con un verdadero arsenal de productos dopantes, entre ellos 400 dosis de EPO, una sustancia que permite oxigenar la sangre y aumentar la resistencia del deportista al esfuerzo. Desde ese momento se pone en marcha un mecanismo desconocido hasta entonces que tiene como cobertura la existencia de una ley contra el dopaje que data de 1989 y que no había sido aplicada verdaderamente en nueve años, una ley que convierte en delito penal lo que, en los restantes países de Europa, es un comportamiento antideportivo, una ley que pasa a considerar al culpable como un delincuente, que amenaza con la cárcel, que facilita registros policiales, detenciones y estancias en la cárcel. Desde ese momento, el balance de ese otro Tour es aterrador.Ahora mismo hay cuatro personas en la cárcel: el médico del Festina (Eric Rickaert) y tres miembros del TVM (Cees Priem, su director; Andrei Michailov, su médico; y, Moos, su masajista). Están inculpados de delito cuatro personas que ahora gozan de la situación de libertad provisional (Bruno Roussel y Willy de Voet, director y masajista del Festina; Nicolás Terrados, médico del ONCE; y Rodolfo Massi, corredor italiano del Casino, que perdió el liderato en el Gran Premio de la Montaña al ser detenido por la policía). Fueron interrogados y, en su momento, detenidos en comisaría, nueve corredores del Festina, y otros tres miembros del staff (Miguel Moreno, Michael Gros y Joel Chabiron); el director de La Francaise des Jeux (Marc Madiot). Fueron interrogados Lavenue y Biondi (directores del Casino), Laurent Jalabert (corredor del ONCE) y seis ciclistas del TVM, a quienes se les extrajeron muestras de sangre, orina y cabello en un hospital. Han sido registradas las pertenencias de cinco equipos (TVM, por dos veces, Casino, La Francaise des Jeux, ONCE y Big Mat), además de un coche del Kelme. Ha sido expulsado un equipo (Festina) y han abandonado la carrera otros cinco (ONCE, Banesto, Vitalicio, Kelme, Riso-Scotti y TVM). La policía ha actuado en varias localidades: Lyón, Cholet, Pamiers, Altverville y Chambery.

Detenciones, registros, interrogatorios, el recorrido del Tour fue describiendo un despliegue policial sin precedentes alrededor de un acontecimiento deportivo. Sus consecuencias fueron desoladoras y el Tour despertó amenazado del colapso total muchas mañanas: una amenaza de huelga en Tarascón (12ª etapa), una segunda amenaza camino de Aix les Bains (17ª etapa), cuando los corredores decidieron quitarse los dorsales y cuatro equipos anunciaban su retirada. Pero, por encima de todo, la psicosis, el miedo, la incredulidad y la impotencia, la indignación ante una situación que tendía a criminalizar a todos los componentes de la caravana ciclista. Los médicos eran sospechosos de ser delincuentes, los directores y masajistas, sospechosos de ser traficantes, los corredores, sospechosos de ser drogadictos. La terminología al uso cambió bruscamente: el Tour se sintió perseguido por la policía.

Una pesadilla

Reinó entonces la sensación de vivirse una pesadilla. ¿No era todo un suceso desproporcionado? Cualquiera podía echar cuentas de la magnitud del tráfico clandestino que se perseguía: 400 dosis de EPO, a 25.000 pesetas la dosis en el mercado legal. Son 10 millones de pesetas el valor de la parte fundamental de las sustancias incautadas al equipo Festina. Esos 10 millones pueden convertirse en 30 si realmente se compraron para su venta en mercado negro y no para el exclusivo consumo del equipo. Es decir, un beneficio ilegal de 20 millones de pesetas. ¿Merecía semejante despliegue policial? Otra cosa era si se trataba de un dopaje generalizado. Lo era, a lo que parece. Pero, ¿lo sabía la policía desde hace tiempo dado que se habla de un año de investigación exhaustiva? ¿Por qué, entonces, intervenir en pleno Tour y no antes? ¿Por qué el caso TVM descansó en el juzgado desde el 4 de marzo hasta bien entrado el Tour? Entonces aparece la figura de la ministra de la Juventud y el Deporte, Marie George Buffet, que abandera una cruzada contra el dopaje. ¿Una maniobra política para impulsar la aprobación de una nueva ley sobre el dopaje atascada en la Asamblea Nacional? Demasiadas interrogantes. Comenzó el desfile de moralina. La hipocresía. Y el asombro. La realidad: el Tour bajo sospecha.Las consecuencias son difíciles de precisar, porque el caso no ha terminado. Hoy están convocados en Reims los corredores del TVM para ser interrogados. Se desconoce si acudirán. El Gobierno holandés abre una investigación sobre lo sucedido, ante las quejas del trato recibido por la policía a corredores holandeses. Importantes bufetes de abogados estudian si es de recibo una ley como la francesa, que no se aplica en ningún otro país de Europa, que criminaliza de esa manera el acto del dopaje deportivo. El miedo no ha desaparecido: nadie quiere correr en Francia por un tiempo.

Pero llegó Pantani y equilibró la balanza. Era el único que podía hacerlo, porque es un romántico, porque permite evadirse de la cruda realidad y soñar con la hazaña. Y la última portada de este Tour criminal fue para Pantani. Gracias, Marco.

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