Delirio francés

LA ESPIRAL de escándalos que vive el Tour no tiene fin. Si hace diez días ya pareció grave la expulsión del equipo Festina como consecuencia de una investigación policial, ese hecho ha sido ampliamente superado a la vista de posteriores detenciones y registros que han provocado la retirada de seis equipos, entre ellos los cuatro españoles.La policía sigue su trabajo cumpliendo órdenes del juzgado, aparentemente ajena a las repercusiones de su tarea sobre una prueba deportiva de tan elevada repercusión; no sabe de matices y su actuación resulta tan sorprendente como desproporcionada. Aunque ayer se celebró la etapa, el Tour parece herido de muerte.

La lucha contra el dopaje, que tantos defensores tiene en las organizaciones deportivas, parece haberse convertido en una batalla contra el crimen organizado. Quienes en su momento empujaron a los legisladores a tener mano dura contra la práctica del dopaje, quizás no se habían imaginado un Tour sometido al asedio de la policía, ni unos corredores que pasaban la noche entre rejas por el mero hecho de tomar una sustancia para mejorar su rendimiento deportivo. Ahora, muchos lamentan las consecuencias -únicas en este caso, dado que la legislación que se está aplicando sólo está en vigor en Francia- de haber convertido la ley contra el dopaje en una ley penal. En el delirante Tour de 1998 adquieren la misma gravedad el uso de drogas y el uso de sustancias prohibidas por un reglamento deportivo.

La experiencia ha motivado ya algunas reacciones dignas de tenerse en cuenta. Entre ellas, las del propio presidente del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch, partidario de intentar una definición más adecuada de lo que es o no es dopaje en el deporte de alta competición y de reducir la lista de sustancias prohibidas. En aplicación de la legislación francesa, el mero transporte de una cantidad elevada de un anticatarral, que se puede adquirir en cualquier farmacia española sin receta, puede convertir a una persona o a un equipo deportivo en sospechosos de violar una ley, obligarles a soportar el correspondiente registro y, quizá, sufrir alguna detención preventiva.

La investigación judicial en marcha, con independencia del asombro que produzca, sigue la lógica de los hechos. Los datos en poder del juzgado demuestran que la práctica del dopaje en el equipo Festina era un hecho generalizado. Pero revela también que no era exclusivo de un equipo ciclista. Las actuaciones siguen el hilo de la madeja: directores, luego médicos, luego corredores, luego ex ciclistas... Las confesiones van aumentando el número de implicados y de sospechosos, hasta que todo el Tour ha quedado bajo sospecha. La cuestión ahora, con la carrera malherida, es si era necesario criminalizar el acto del dopaje, convertir a los deportistas en presuntos drogadictos y a los técnicos en presuntos traficantes. Máxime si el mundo del deporte no ha dejado claro todavía qué es dopaje y qué no lo es, como reconoce el propio presidente del Comité Olímpico.