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CICLISMO | TOUR 98

Virenque: "Chao, Francia"

El Festina intentó negociar el poder correr la etapa y terminó amenazando con tomar medidas legales

La expulsión del Festina, un hecho sin precedentes en la historia del Tour, se hizo efectiva ayer, a pesar del intento de sus corredores de tomar la salida y provocar un serio conflicto en un día especialmente complicado: el matrimonio Chirac acudía a la etapa. Dijeron que no sería conveniente ver a Jacques Chirac felicitando a un corredor del Festina. Menos conveniente aún una amenaza de huelga. Richard Virenque y sus compañeros aceptaron la decisión tras una larga mañana, pero se despidieron con la amenaza de tomar acciones legales contra el Tour si, tras el proceso judicial, resultaran inocentes. Para ello acudieron a la meta a obtener un documento que certificara la expulsión. A la confusión de la noche siguió una larga y caótica mañana de sábado. 18 de julio, un día que no se olvidará fácilmente. Significó el final de la presencia del equipo Festina, pero no el último capítulo de un caso que puede derrumbar los cimientos del ciclismo. La coincidencia es unánime en el pelotón del Tour: habrá un antes y después de lo que ha ocurrido. Lo malo es que nadie se siente seguro de lo que puede suceder a partir de hoy. Aún se sienten temblores bajo la superficie.Los corredores habían pedido un sedante a altas horas de la madrugada para poder conciliar el sueño durante la noche del viernes. Por la mañana, como si fuera un acto reflejo, el equipo amaneció en plena rutina. Los mecánicos se dispusieron a dar los últimos toques a la bicicleta; los corredores y asistentes acudieron al salón reservado para el desayuno.

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Los corredores iban tomando asiento en una extensa mesa. Aún entonces desconocían el texto del comunicado que decretaba su expulsión. Preguntaban si había alguna noticia nueva. Pedían la asistencia de un abogado. No había noticias y no aparecía un abogado. Nadie estaba en condiciones de tomar la iniciativa. El caos era completo. No había jefe. Estaban solos. Afuera, esperaba la prensa.

Comenzaron a hablar. Richard Virenque tomó la palabra. Dijo que había que tomar la salida. No se resistía a abandonar.

-Tomo la salida, corro a tope y les mando a tomar por culo. Y mañana vuelvo a salir.

-¿Y cuando llegue la montaña?, pregunta su compañero Hervé.

-A tope.

-¿Crees que lo vas a resistir? ¿Y cuándo no puedas más y te quedes? ¿Qué dirán, que no has podido más porque habías dejado de tomar productos? Reflexionemos, no estamos en condiciones de montar un número en la salida.

Habló Pascal Hervé, partidario de aceptar la decisión de la dirección del Tour.

-Ahora mismo, tenemos al público de nuestro lado. Piensan que no somos culpables, que estamos en nuestro derecho de seguir corriendo, que están cometiendo con nosotros una injusticia. Si hacemos algo a la salida, si forzamos la situación, el Tour lo puede entender como una provocación, qué nuevas noticias habrá al día siguiente. No podemos correr bajo tanta presión.

Poco después, Virenque emprende una nueva iniciativa. Buscar la solidaridad del pelotón. Acude a una sala anexa, donde desayunaba por entonces el equipo Mapei, también alojado en el mismo hotel. Pide una acción conjunta, pero recibe evasivas. "De acuerdo, si vamos todos", es la respuesta. Entonces se dan cuenta de una nueva dificultad: el sábado no se disputaba una etapa cualquiera. Era la contrarreloj. No había posibilidad de reunir a los 181 corredores. Cada cual estaba en su hotel, algunos equipos separados en 30 kilómetros, cada corredor con un calendario de actividades diferente, unos ya dispuestos para tomar la salida a las 10.08 horas de la mañana, otros todavía descansando porque debían salir seis horas después.

Virenque no se detiene ahí. Vuelve a sentarse en la mesa del equipo. La mitad de sus compañeros se han ido a la habitación. Toma el teléfono móvil, habla con su abogado, hay que hacer algo, pide la comunicación oficial de la expulsión del equipo para leerle el texto. Nadie la tiene. No se ha recibido siquiera un fax de la organización del Tour. Está excitado. Pide hablar por el móvil con el director del Tour, Jean Marie Leblanc. Se levanta y se encierra en otra sala contigua. Dicen que la conversación se produjo en términos muy duros. Que Leblanc amenazó con que aparecieran más papeles, más datos de la investigación. Datos perjudiciales para los corredores.

Son las once de la mañana. La prensa espera fuera. Llegan los mecánicos a la mesa del desayuno y ocupan sus posiciones como si no hubiese sucedido nada. Charlan ajenos a todo. Las bicicletas están preparadas abajo. Virenque sigue hablando, mientras pasea de un lado a otro con el móvil pegado a la oreja. Pide que vengan los demás y van llegando. Se encierran en otra sala. Zülle es uno de los últimos en llegar, no entiende nada, no quiere seguir, está abrumado, perdido.

El tiempo avanza. La prensa espera. Se habla ya de acudir a la salida, de socilitar de la organización un papel que certifique la expulsión de cada corredor.

Sale Virenque de nuevo y pregunta por el suizo Armin Meier. Es el corredor que primero debía tomar la salida. Meier no había aparecido en ningún momento, no acudió a ninguna reunión. Estaba en su habitación. "¿Dónde está, a qué hora sale?". Eran casi las doce de la mañana y quedaba media hora para que el primer corredor del Festina tomara la salida (si hubiera sido un día normal). No había tiempo para llevarle: la rampa estaba situada a unos 40 kilómetros del hotel. Y, además, Meier no quería hacerlo. Como Zülle.

Entonces Virenque se dirigió a los presentes. Habló en alto.

-Si hubiera dado positivo en un control, me darían un papel comunicando mi expulsión y me tendría que ir.No he recibido ningún papel del Tour que me impida salir. Tengo que ir allí y pedir que me lo den. Si no lo hacen, tomo la salida y termino la etapa. Si lo hacen, me voy a la rampa, hago unos kilómetros, doy media vuelta y digo, Chao Francia. Tenemos que ir por narices. Si no nos van a dar por el culo.

Virenque, entra y sale. Quiere hacer algo, pero nadie da una orden. No está Bruno Roussel. Está en la cárcel. Era el jefe; detrás suyo, el caos. El caos o Virenque, que entra y sale, habla y habla ante la mirada de su padre, sentado en silencio. Virenque pide unas hojas de papel. Se las buscan. ¿Un comunicado? La prensa espera. Pasa el tiempo. Sale del salón, decidido. Ahora parece el jefe. Pide que le sigan todos los demás. Por fin una orden. Alcanza la recepción. Pregunta si están preparados los coches. Lo están. "Nos vamos a la salida". Roussel no puede mandar desde la cárcel, pero ahora manda Virenque.

Es la una y media. Han pasado cinco horas de puro caos. Los sucesos se precipitan. Los coches del Festina forman una caravana junto a los automóviles de la prensa. A mitad de camino, cambian de idea y se dirigen a la meta. Allí les espera en un bar Jean Marie Leblanc, director del Tour. A la media hora escasa, sale Leblanc para decir que está emocionado porque los corredores le hayan querido ver, pero que la decisión es irrevocable. Les ha dado un papel con la comunicación oficial. Se va. Sale Virenque y su séquito. Dice que han sido las víctimas del caso y que se tomará la revancha el año que viene, mientras agradece el apoyo de "todo el pueblo francés". Sigue siendo el líder pero las lágrimas inundan sus ojos. Abandona el local, sale a la calle y la gente le ovaciona. Entre aplausos, se introduce en un automóvil y se aleja del escenario.

Cuatro horas después, Leblanc, el director del Tour, aparentaba satisfacción: Ullrich llevaba el maillot amarillo y despedía al matrimonio Chirac, que había pasado una agradable jornada con el Tour. El matrimonio Chirac se desplazaba a París en un par de helicópteros.

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