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Confederales

SEGUNDO BRU Estas fechas plenamente estivales en las que nuestras mentes sólo tienen capacidad para recrearse por anticipado en las semanas de holganza que se avecinan, parecían ser solamente propicias para crisis gubernamentales más o menos amplias, confiando en el que la desbandada vacacional agotaría pronto su interés periodístico. Aunque algunos más alevosos, como Lerma, llegaban a esperar la canícula más avanzada, como nunca olvidará un ex-vicepresidente del Consell a quien el cese sorprendió por el Egeo. Tras la muerte política anunciada del portavoz de Aznar, Miguel Ángel Rodríguez, que venía a cubrir este cupo veraniego, parecía que nos deslizábamos insensiblemente hacia la modorra anual cuando aparece repentinamente el manifiesto conjunto del BNG, CiU y el PNV, llamado Declaración de Barcelona, en el que reclaman "una nueva cultura política" a la sociedad española junto con la articulación del Estado español como plurinacional y el reconocimiento de las "realidades nacionales" de Cataluña, País Vasco y Galicia. Nada nuevo ni inesperado, excepto el hecho de que sea por primera vez una declaración conjunta, y no se nos ocurra ni por un momento interrogarnos acerca de si la Constitución de 1978 no recoge el carácter plurinacional de España, porque Arzalluz ya despeja la duda al afirmar que en el desarrollo constitucional todo había quedado en "agua de borrajas", aunque esté aliñada con billones de presupuestos, parlamentos y gobiernos, elecciones propias, conciertos económicos, policías autonómicas, competencias exclusivas, cesiones del IRPF y un sustancioso volumen de transferencias inacabadas y, por lo visto, inacabables. Uno no entiende muy bien cómo se puede exigir un cambio de "cultura política", porque con independencia de que nos pongamos de acuerdo sobre el significado de esta expresión, aceptando como mínimo que trata de un conjunto de valores y comportamientos compartidos por los integrantes de una sociedad en un momento histórico determinado, su propia raíz etimológica indica claramente que se trata del resultado de un proceso, de cultivar, y no parece que una reclamación voluntarista pueda ni modificarlo ni siquiera acelerarlo sin los indispensables esfuerzos pedagógicos, propedeúticos, e incluso mayeúticos, que también deberían ser propios de la política y de la acción de los políticos. Pero la reunión de Barcelona concluyó ayer con un nuevo documento en el que se señala que el Estado confederal sería el más apropiado para nuestra realidad plurinacional. Ya sabía yo que cuando el presidente de la Diputación de Valencia, Manuel Tarancón, se declaró recientemente federalista la cosa no quedaría impune. Que nuestros socios del PP avanzan hacia el federalismo, debieron decirse, nosotros hacia la confederación, en pie de igualdad entre naciones soberanas. A mí me sabe todavía a poco. El inefable Arzalluz, que se deslizó por la ucronía y la historia contrafactual interrogándose sobre qué sería de nuestros Borbones si Napoleón hubiese triunfado en Waterloo, debería seguir los pasos de Sabino Arana y si éste se inventó una bandera fusilando la de la potencia entonces hegemónica, la Union Jack, él nos debería sorprender por lo menos con un himno de la futura confederación. Modestamente sugiero una versión del dixie, con arreglo para gaita, txistu y flabiol.

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