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Tribuna
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Seis grandes zurdos

Javier Marías

1) El enorme cabreo por la eliminación del equipo nacional no nacionalista ha impedido apreciar o señalar algunos de los mejores detalles de su actuación, no sólo pertenecientes al juego, sino también a los gestos, cada vez más importantes en la medida en que más se ven. Al terminar el encuentro, Zubizarreta, que no volverá a jugar, se fundió en un abrazo lento y sentido con Hierro, lo bastante veterano ya para ser sensible a las despedidas. Ver abrazarse a los jugadores es tan frecuente que para los espectadores menos acostumbrados resulta hasta obsceno. Hoy, además, las efusiones se han convertido a menudo en un aplastamiento del goleador (por eso muchos huyen hacia la banda so pretexto de dedicar la hazaña a un amigo suplente o al del agua, quitándose a manotazos a los compañeros que lo van a apalear). Así que el abrazo entre Zubizarreta y Hierro fue de lo más insólito: en él no había euforia sino gran tristeza, por la derrota y por el adiós de uno de ellos; había también una serena búsqueda del consuelo mutuo, y algo de definitivo armisticio, pues el portero y el defensa han militado siempre en equipos rivales. El fútbol es tan cinematográfico que me vino a la memoria Los Duelistas, aquella película basada en un relato de Conrad en que dos oficiales napoleónicos se batían interminablemente a lo largo de los años, para comprender -bastante antes del final- que la muerte o la retirada o la rendición de uno sería a buen seguro la derrota de los dos. Ambos, el uno al otro, se habrían defendido ante un tercer rival, con el que jamás ninguno se habría aliado ni habría hecho causa común. A los enemigos antiguos hay que cuidarlos casi tanto como a los amigos. Bueno, sólo a los que lucharon de frente, sin esbirros ni sicarios. Pocos quedan hoy así. 2) Uno de los mejores goles del Mundial paso inadvertido y fue el menos festejado de todos: el sexto de España a Bulgaria, marcado por Kiko con tanta frialdad e indiferencia que resultó de una elegancia genial. Tampoco estuvo mal su inmediato gesto, como si se negara a celebrar lo superfluo, ni siquiera a título personal.3) A través de los gestos no se conoce a un jugador, pero sí a un personaje. Luis Enrique se exaspera y se crispa con su mal perder. Owen, tras marcar su penalti contra Argentina, pese a no resolver aún nada y ser el momento de máxima tensión, salió corriendo tan contento como si ya hubieran vencido: tiene aún inocencia e ilusión por el menor logro o detalle. El futbolista más desagradable parece Dugarry, que por suerte chupa banquillo: se comportó como un mamarracho al conseguir su gol, sacando la lengua y haciendo hélices con los brazos; me acordé de otro rasgo intolerable suyo: saltó al campo, con el Barça, que perdía tres a cero, riéndose sarcásticamente, como si aquello no fuera con él; de haber sido yo culé, habría exigido su expulsión del club. El jugador que no entiende o asume la carga simbólica de su profesión no merece estar en ella. Con un tres-cero en contra nadie debe jamás reír.

4) Lo de las expulsiones clama al cielo. El Inglaterra-Argentina fue tan emotivo en su primera mitad que parecía salido de otro Mundial, alegre, desaforado, arriesgado, como todos los partidos habrían de ser. El siervo de Blatter no podía permitir tales lujos, que dejaban en evidencia a los otros cincuenta y cinco encuentros celebrados. Así que aprovechó una tontería de Beckham para dejar a Inglaterra con diez y convertir segundo tiempo y prórroga en algo propio -áspero y denodado- de este Mundial. ¿Debería no haberlo echado, si vio cómo Beckham le acariciaba la pantorrilla al duro Simeone? En efecto, creo que no debería haberlo expulsado, como también debió seguir en el campo el holandés Kluivert, en su primera aparición, que tuvo un simple mal gesto hacia un rival. A cualquier cosa la llaman hoy "agresión" los que hablan de fútbol sin haber jugado jamás a él.

5) Qué poco se habla de la nueva mano argentina, que otra vez trajo la eliminación de Inglaterra. Chamot, creo, despejó con el puño en el área, y el siervo de Blatter se hizo el loco. Se estaba en la prórroga. Gracias a eso nos quedamos con un equipo coriáceo y trompicado y perdemos a una Inglaterra que, por primera vez en mucho tiempo, alineaba a cuatro juegadores que vale la pena ver: Anderton, Owen, Scholes y el tonto de Beckham, que tendrá por eso muy difícil nuestro perdón.

6) Un último gesto: el seleccionador Passarella revolcándose por el césped al acabar el partido ganado in extremis. Con su chaqueta y su corbata. No puede permitirse eso quien ha rechazado a Redondo por llevar el pelo largo. Confío en que Argentina no gane más, sobre todo por no tener que contemplar de nuevo los revolcones histéricos (pedía a gritos un exorcista) de quien se pretende hombre de hierro. Menudo flan.

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