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Relevo generacional

Preciado rompe ante Túnez la sequía de Colombia

Por fin una alegría para el deprimido fútbol colombiano: Preciado, un robusto delantero de 21 años, que pone la primera piedra para el imprescindible relevo generacional de Colombia. Una perla reclamada hace días por la hinchada, que lo veía como el único sustituto del defenestrado Asprilla. Así lo certificó en el tiempo que le concedió el técnico, Hernán Darío Gómez. Marcó un gol, le anularon otro por unas supuestas manos de Valderrama y metió un pase excepcional con el exterior del pie que permitió a Aristizábal encarar sin éxito a El Ouaer. Acabó de esta manera el joven Preciado con la pertinaz sequía que vivía Colombia, incapaz de apuntalar un partido que debía haber ganado mucho antes.Pues el rival de ayer era Túnez, un equipo menor que bastante tenía con haber llegado tan lejos. Y pese a ello, el equipo norteafricano dio la cara en muchos momentos, llegó a llevar la delantera, pero se fundió en el último tramo. Entre otras cosas, porque se topó casi siempre con la firmeza del portero Mondragón, que lo paró casi todo.

En realidad, Gómez ganó el partido cuando decidió cambiar de delanteros: Preciado y Aristizábal sustituyeron a Valencia y Rincón, una bendición para Colombia, que a partir de entonces comenzó a atacar de manera mucho más incisiva. Aristizábal dejó un puñado de detalles técnicos (el intento de gol olímpico, una falta colocada y un cabezazo picado); y Preciado aportó un par de goles (sólo le contó uno). Hasta entonces, sin embargo, Colombia fue la peor versión de sí misma. La misma que patinó en EE UU. La de la lentitud exasperante. La ausencia de remate. La monótona cadencia. La obsesión por el centro.

Ni siquiera la presencia del veloz extremo De Ávila, el futbolista más bajo del Mundial (1,60 metros), daba frescura a este equipo avejentado y tristón. En un fútbol absolutamente previsible y rutinario, sólo el Pibe Valderrama era capaz de sorprender: una apertura a bandas, un cambio de juego o un pase en profundidad. De Rincón y Tren Valencia ya se sabía: apuntaban mucho, disparaban poco. Si además Gómez se permitía el lujo de prescindir de su único hombre con capacidad de desequilibrio en el ataque, Asprilla, Colombia se quedaba hueca. Así transcurrió el primer tiempo: entre la incompetencia de unos y otros. De hecho, ambas selecciones se obsequiaron con una serie de regalos que se negaron a aceptar: el portero El Ouaer fue el más obsequioso: le cedió el balón a Valencia frente a la portería, pero se le escurrió la pelota; después El Quaer midió mal el salto y dejó sin oposición el cabeceo de Palacios, que golpeó desviado; y en la otra portería, Mondragón, soltó un manotazo que golpeó en la chepa de Boazizi y se marchó al larguero.

A Colombia se le agudizó la frustración en el inicio de la segunda parte y se inhibió del partido. Túnez tomó entonces la iniciativa sin demasiado entusiasmo pero con la intención de ganar. Por ahí nació la mejor jugada tunecina: una internada por la banda derecha de Thabet y un bella volea cruzada de Baya, que se marchó por muy poco fuera. Después apareció Preciado: acabó con la frustración y sugirió el inicio del obligatorio cambio generacional.

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