Ortega embellece a Argentina
Tres goles de Batistuta encumbran a la selección de Passarella
No vino aún Maradona por París. Que se sepa. Pero por un momento lo pareció. Jamás habrá un jugador tan pequeño que haga el fútbol tan grande como El Pelusa. Lo cierto es que ayer tarde, en el Parque de los Príncipes, había en la cancha un tipo vestido con la zamarra del 10, de la misma talla de Diego Armando, que pintó dos goles como dos soles. Le llaman Burrito Ortega, juega en Mestalla y está en la nómima del Valencia, que no de Ranieri. Había estado largo rato desorientado. Tomaba la pelota a lo lejos, corría y corría, sorteaba y regateaba, y al llegar al área puf. Al carajo el "10" y la pelota. Hasta que, ya muy cansado, se tiró unos metros más adelante, le guiñó el ojo a Verón y aguardó que le tirara la caña. Y a la primera, cazó un golazo. La Bruja Verón le metió un balón profundo, a espalda de los zagueros y a la cara del delantero, y el Burrito la picó con gusto a la red.El segundo fue todavía mejor. Ortega volvió a retrasarse un poco, pero en lugar de tomar la pelota y enfilar el marco -no es Maradona aunque ayer por un momento llegara a parecerlo- tiró una pared con Claudio López y retomó el balón en el punto justo, en el instante en que los defensas parecen espectadores y el meta un acompañante. Hasta dentro se metió el Burrito con su zig-zag por entre la pared humana jamaicana, y el toque otra vez como puntilla. Pudo meter un tercero y hasta el cuarto. Pero le bastó con dar el 3-0 y provocar un penalti, para que Batistuta pudiera compartir la gloria. El ariete se hinchó con tres goles que le colocan en cabeza de la tabla de goleadores. Entre los dos, entre el lazo de Ortega y el gatillo de Batigol, llenaron el partido y pusieron a Argentina en el escaparate del Mundial a costa de Jamaica, que nació y murió en el anfiteatro.
Es Jamaica un equipo que desborda físico en la cancha y en la grada. El fútbol es simplemente una excusa para su exuberancia. Gente sana, vitalista, feliz, para desespero del entrenador, el brasileño René Simoes, un tipo que debe ser el único de la expedición que no ha venido a Francia a divertirse. El cabreo de Simoes duró lo que tardó Ortega en meter el primero y el segundo.
Visto lo poco que tenía que decir Jamaica, la contienda se convirtió en un chequeo a Argentina. No había otra incertidumbre que medir la crecida del grupo de Daniel Passarella, después del mal rato que pasó en el estreno frente a Japón. Jamaica le dejó tocar más, porque no le presionó tanto ni tuvo ninguna organización en la cancha, aunque, en contrapartida, también le zurró con ganas, con entradas a destiempo, propias de un grupo que se inicia en el fútbol profesional, y que le dejaron con uno menos todo un tiempo. Hasta que estuvieron todos, el grupo de Simoes provocó un caos circulatorio que sacó a los argentinos de la calzada. El atropello fue general. No había manera de regular el tráfico. Sólo lo consiguió Ortega.
Disminuida Jamaica, Argentina aceleró y se dejó ir largo rato. Llenó una buena media hora de fútbol. Hasta Passarella, que siempre viaja con el freno de mano puesto, se divirtió y dejó que saliera el Muñeco Gallardo a la cancha. Había dicho el seleccionador que el partido sería un ejercicio de precisión. Y va, y el equipo le mete cinco a Jamaica, de la manera que más le gusta: los defensas, defienden; el delantero centro, golea; y los medios, juntan. Y, en medio de todos, como punto de referencia, el 10, un número sagrado aún para los amantes del fútbol pese al atropello de la informática y el corrimiento de números que hoy vive.
Ortega, un jugador fustigado en el fútbol español por insolidario, embelleció ayer a su equipo en el Parque de los Príncipes. Abrazado a Passarella, el Burrito se sintió por un día más feliz que en toda la temporada. Argentina ya tiene un 10. El 9 siempre lo tuvo. Batigol se frota las manos pensando en la munición que le puede suministrar el Burrito. No es Maradona ni Rey, sino Príncipe, pero si consigue parecerse cada día un poquito al Pelusa, Argentina igual llega hasta donde hoy le sitúan las cábalas: a disputar el título.
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