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Escocia sobrevive

Noruega sólo jugó al fútbol cinco minutos

Carlos Arribas

¿Quiénes eran los británicos? ¿Aquellos escoceses pelirrojos, morenos y rubios? ¿O aquellos noruegos, altos y rubios? Sólo por sus pasaportes los conoceréis. Al menos no por su forma de jugar al fútbol. A Noruega la han apodado Inglaterra B; Escocia sigue siendo el tartan army. Ambos chocaron ayer en un partido decisivo. ¡Ay de aquél que perdiera!: adiós al Mundial (o casi). Escocia (la ilusión, la fe, el compañerismo) mandó en el juego. Noruega (la potencia atlética, el orden), en el sentido práctico. Empataron. Escocia, que estuvo 20 minutos virtualmente eliminada, sobrevive.Lo de la confusión de nacionalidades viene de que a la Escocia reputada por su amor al balón al aire (paradigma: el lateral Boyd recibe en su campo, pegado a la banda, de espaldas a la portería rival. ¿Cómo la saca? No, no se apoya en un central. La levanta en el aire, le da dos toques y la eleva sobre su cuerpo en tremendo patadón) le dio por tocarla. A la Noruega calificada por muchos como la selección europea más fuerte siguió dándole por el patadón desde atrás como única vía creativa.

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Escocia mareó a los noruegos en primer tiempo. Esto es, Lambert, Collins y Jackson se asociaron y decidieron jugar a la pared y el regate. Por la banda izquierda se unió a la fiesta Dailly, uno de esos falsos extremos que rompen los esquemas porque aparecen por donde no se les espera. Desgraciadamente los fogosos delanteros Durie y Gallacher no estuvieron a la altura. Ya en el minuto 3 Collins le colocó un balón a Durie en la cabeza: fuera. En el 12 es Jackson el que vuelve a servir a Durie: fuera. Fue una lástima porque la defensa noruega, precisamente su línea más inglesa (Berg y Johnsen forman el centro defensivo del Manchester United), estaba que lo regalaba. Gran parte de culpa en ello la tuvo, de todas formas el seleccionador, Egil Olsen, que desbarató el asunto: colocó a Berg, un central, en el lateral derecho (acabó roto, literalmente, de las veces que le rompió la cadera Dailly) y al céltico Eggen, siempre fuera de sitio, en elcentro.

En defensa los escoceses controlaban bien la historia, sobre todo porque los balones que allí llegaban eran de los que les gustan: altos y al centro, encantadores para lucirse en el choque al disputarlos. Son los balones que le gustan, dicen, a la estrella, dicen, noruega: el fornido Tore Andre Flo. Un desastre en este Mundial. Ni al choque ni por habilidad logró llevarse un balón.

Cinco minutos jugaron al fútbol los noruegos. Los cinco del inicio del segundo tiempo. Debe de ser ese juego, rápido y raso, que tanto se le había alabado. Como en el gol: apertura a Riseth (única jugada por el extremo), que desborda y centra a la perfección al segundo palo para que Havard Flo (el hermano malo, dicen, de Tore Andre). Marcaron y se creyeron que la faena ya estaba hecha. Pero jugaban contra Escocia, el equipo más simpático y el más desgraciado (siete Mundiales sin pasar a la segunda fase), y el equipo que no se rinde ante el fatalismo. Sacaron los Collins, Dailly y compañía nuevas fuerzas y volvieron a agarrar el balón. Y empataron.

Seguramente los escoceses harán las maletas antes de tiempo por octava vez. Pero, por octava vez, apurarán al máximo al destino.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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