Tribuna

Autor del Quijote

Alguien, vaya uno a saber quién, dejó dicho que de una lectura exenta del Quijote cabía deducir un panorama cabal de la literatura de su tiempo, con todos sus géneros, orientaciones, gustos y tendencias. Afirmaciones como ésta sirven para, en situaciones como la de ahora, parafrasearlas y decir lo que de todos modos debe ser dicho: que una lectura integral de la reciente edición del Quijote dirigida por Francisco Rico permite hacerse una idea cabal de la situación de la crítica literaria -y no sólo cervantina ni filológica- en España y fuera de ella. Y no sólo en este tiempo, sino a través de ...

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Alguien, vaya uno a saber quién, dejó dicho que de una lectura exenta del Quijote cabía deducir un panorama cabal de la literatura de su tiempo, con todos sus géneros, orientaciones, gustos y tendencias. Afirmaciones como ésta sirven para, en situaciones como la de ahora, parafrasearlas y decir lo que de todos modos debe ser dicho: que una lectura integral de la reciente edición del Quijote dirigida por Francisco Rico permite hacerse una idea cabal de la situación de la crítica literaria -y no sólo cervantina ni filológica- en España y fuera de ella. Y no sólo en este tiempo, sino a través de los más de cuatro siglos que median entre el Quijote de Cervantes y este de Francisco Rico, que casi son pero no son el mismo.Hubo quien, en su día, decidió datar el nacimiento de la crítica posmoderna en una fábula de Borges, Pierre Ménard, autor del Quijote, donde un oscuro autor francés escribía una novela que, palabra por palabra, repetía la de Cervantes, pero que, por haber sido escrita cuatro siglos después, daba lugar a una lectura completamente nueva, pues entretanto cada palabra había desplazado su valor y el conjunto entero se abría a sentidos muy distintos.

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Francisco Rico ha preparado, por el contrario, su edición del Quijote para, cuatro siglos después, restituir a la novela sus palabras originales, con su sentido y sus valores originales Para ello ha tenido que retroceder esos cuatro siglos horadando los sucesivos estratos que las lecturas acumuladas han amontonado sobre la obra, única forma posible de conseguir ofrecer al lector actual una idea precisa del libro de Cervantes, desde luego, pero también del libro que Cervantes quiso en su momento escribir y de hecho escribió.

Algo más difícil que el empeño al que sucumbió Pierre Ménard, por cuanto supone reescribir también el Quijote palabra por palabra, pero vaciando cada una del ruido y las distorsiones provocadas por los usos y los abusos de que han sido víctimas. Lo cual implica de añadido escribir esa «tercera parte« del Quijote que desde ahora prolonga y completa las dos originales, y que tanto contribuye a disfrutarlas y entenderlas cumplidamente.

Que Francisco Rico haya sido quien ha llevado a buen término esta empresa cervantina (que no quijotesca) no es casualidad. Sólo en él concurrían las múltiples capacidades necesarias para conducirla, entre las cuales debe contarse el humor de acometerla y de soportar, divertido casi, sus interminables prolijidades e incidencias. También esa confianza increíble en sí mismo y en su tarea por virtud de la cual Rico se atrevió, meses atrás, a apostarse una cena a que su monumental edición del Quijote, casi 3.000 páginas , se agotaba en menos de un mes, como si de un best seller se tratara. Cena que no sólo ha ganado, sino que, como muchas otras cosas, se ha merecido.

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