_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Macarrónico

DE PASADAALEJANDRO V. GARCÍA ¿Qué quiso decir el eurodiputado del PP José Luis Valverde cuando, en la apertura de la sesión del Parlamento Europeo de los Jóvenes, celebrado en Granada, se despidió de la concurrencia deseando "feliciteichon y congratuleichon"? ¿De qué idioma extrajo su cordial "feliciteichon" y por qué recurrió a esa patriótica conjunción copulativa, que, sin embargo, llaman "i" griega, para enlazar con el "congratuleichon"? Valverde había empezado su discurso en español y luego, sin apuro, pasó a un francés seco, un poco garbancero, con unas desinencias más manchegas que francesas. Después de Valverde le tocó el turno a la eurodiputada socialista María Izquierdo, que tras emplear el español, ensayó un francés tembloroso, lento, de vocabulario elemental, que fluía con una densidad de miel de abeja. Hasta el lunes pasado no se me había ocurrido pensar en qué idioma hablan nuestros europarlamentarios, cuáles son sus recursos lingüísticos para defender los intereses nacionales ante los obcecados comisarios. No piensen mal: nuestros eurodiputados no hablan un mal francés o un pésimo inglés, sino que dominan un idioma nuevo, acomodaticio, mixto, maleable, tan versátil como el euro: el europeo macarrónico. La propia comunidad europea, con sus pendencias agrarias, sus inflexibles comisarios de extracciones remotas, sus debates parlamentarios inútiles, tiene algo de unión macarrónica de naciones. El uso sincrónico de los diferentes idiomas y la larga costumbre de escucharlos en las dependencias de Estrasburgo han consolidado esta modesta variable del don de las lenguas que es el europeo macarrónico, pues aunque se ignore el inglés o el francés, cualquiera comprende perfectamente los que hablan Valverde o Izquierdo. Este milagro no tiene otra explicación sino el profundo casticismo que impregna cualquier variante del europeo macarrónico. Hablar macarrónicamente no es un defecto, pues su antecedente culto, el latín macarrónico, lo hablaron sin complejo incluso grandes humanistas del Renacimiento. ¿Saben cómo el diplomático Jerónimo Münzer que visitó Granada en 1494 se las ingenió para escribir sobre Boabdil, el Rey Chico? Así: Boabdil, junior rex.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_