La serie en serie
Más tarde o más pronto, antes de Las once en casa o no, tenía que pasar una cosa así. La nueva serie de TV-1 (que logró 4.946.000 espectadores el pasado martes y un 27,2% de cuota de pantalla) parece mediocre, destartalada, insensata, tópica, pero, siendo justos, ¿mediocre, destartalada, insensata o tópica respecto a qué? Más bien, tomando las cosas por las buenas, la nueva entrega se integra perfectamente en el sistema general, no desdice de nada, compone una perfecta armonía con los productos que a esa hora, en otros canales, se cocinan para el espectador. Hacer algo diferente no se habría entendido bien, habría "sabido" mal. O, incluso, ¿cómo, sus autores, habrían podido desafiar las guías gastronómicas que un Hostal Royal Manzanares o un Médico de familia han marcado en la época actual de la televisión?A las once en casa está, por tanto, requetebién. Muy en su sitio y en la sintonía que debe ser. Discurre mayoritariamente en el espacio de la cocina con mesa familiar, en su interior no falta la suficiente ración de tostadas o espaguetis, más una criada farruca, al estilo de la Juani de Médico de familia, con un novio currante, macarra y guasón. Alrededor hay algún niño taciturno y niñas quinceañeras para que efectivamente al coro no le falte nada de la serie patrón. Igualmente, la protagonista, Ana Obregón, es como Lydia Bosch, la que más ríe por minuto y centímetro cuadrado, la más simpática de todas las posibles y la que más gasta en gesticulación.
En cuanto a Antonio Resines (Ángel), es de estas personas con las que es difícil llevarse mal. Puede parecer que, a veces, se pase o no llegue, pero es imposible negarle la voluntad de hacernos pasarlo bien. Efectivamente, Carmen Maura (Olga) entraba y salía, salía y entraba hasta marear y siempre con la misma actitud de separada, independiente y severa, pero fue para dar idea, en el primer capítulo, de cómo serán los personajes en lo sucesivo y facilitar la asimilación.
De hecho, en apenas 40 minutos o menos que nos dejó ver la publicidad, pudimos colectar en la serie informaciones de gran valor sobre el futuro del grupo. La familia de Alcalá de Henares, por ejemplo, además de ser basta cuenta con unos gemelos muy traviesos que tiran de los pelos, rompen platos o lanzan bombas fétidas como Zipi y Zape. En cuanto a la suegra del personaje que interpreta Antonio Resines, no le falta nada de la suegra convencional, entrometida e indiscreta, pero cuenta además con un añadido singular: se cree pitonisa. Entre la criada y el novio, la Maura y Resines, entre Lucía y sus jeribeques, entre los cuñados y la suegra perturbadores, los estropicios, los insultos, las astracanadas y la simpatiquísima Ana Obregón (Paula), se ha compuesto un inconfundible artefacto de nuestros días.
¿Zafio, repetitivo, previsible, vulgar? ¿Respecto a qué? La televisión ha definido con nitidez el producto que expende. Esto es lo que hay. La decisión para hacer cosas distintas o de otro gusto no depende ya de esta fábrica cuyos artículos se encuentran homologados y patentados. Verlos o no verlos es la decisión del consumidor. Transformarlos sería equivalente a creer en un suceso tectónico; invisible, por ahora, en el profundo horizonte de la producción española.
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