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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Más sangre en Chiapas

LA NUEVA matanza de México, en la provincia de Chiapas, donde casi medio centenar de indígenas han muerto bajo el fuego de comandos paramilitares, es un inmenso drama humano. Pero es también un síntoma más del diagnóstico que hay que hacer de la convulsa y tortuosa transformación por la que pasa hoy aquel gran país.Demuestra el miedo de los asesinos, sus cómplices e instigadores, a que México se convierta en un Estado de derecho en el que todos tengan algo más que el voto para sentirse ciudadanos. Derechos, seguridad jurídica y trabajo digno son los pilares de un México moderno y distinto a esa imagen de miseria y violencia que aún transmite un duro pasado.

Es un secreto a voces que estos, grupos paramilitares que se dedican a la amenaza, al asesinato y a la intimidación sistemática, trabajan para ciertos sectores del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que se niegan a aceptar que se han acabado los tiempos del partido único y sus ventajas.

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No se puede hablar en estos casos de una ideología disparando contra otra. Pero sí está claro que existen segmentos del PRI que creen aún posible cortar la vía hacia el pluralismo en la que se halla encauzado el país mexicano. Los aparatos que sobreviven a regímenes tan corruptos y anquilosados como el del peor PRI son capaces de todo en su lucha por evitar cambios que cuestionen su arbitrariedad y ventajismo en la política y la economía.

Matar a unos ciudadanos indefensos, niños incluidos, es un crimen tan repugnante como fácil. Pero es evidente que se trata de un método para intentar intimidar a movimientos como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). En Chiapas, el EZLN había logrado, con su levantamiento armado de enero de hace cuatro años, apoyo social y adhesiones a ideas lógicamente combatidas por un entramado corrupto del partido única.

En las periferias mexicanas va a ser mucho más difícil, si cabe, acabar con la contestación armada si no se atienden sus legítimas demandas. No hay allí como en las ciudades posibilidad de integrar a los resistentes en nuevos trabajos, promociones y aspiraciones de libertad económica, del neoliberalismo, que en ciertas circunstancias sólo suponen desprotección y desmantelamiento de garantías para los trabajadores. Pero está claro que México sólo puede acceder a esa nueva era de libertad política real y de dominio de la ley que prometió el presidente Zedillo si acaba con el salvajismo y la impunidad de los comandos paramilitares que han vuelto a manchar sus tierras con sangre y dolor. Sólo cuando los responsables de crímenes tan viles como el de Acteal estén ante un tribunal, México sabrá que está realmente en la senda hacia un Estado de derecho que pueda encarar con optimismo el siglo XXI.

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