El chalet
Este chalet es como un barco que desde hace mucho tiempo pasea a la familia sin zarpar. El chalet está quieto, pero los viajeros que vienen y van le confieren un movimiento de vaivén ; Primero embarqué yo este año y viví solo, despertando al amanecer. En agosto llegaron Alejandra, dos hijos y un sobrino que se incorporó desde Barcelona leyendo el Sport. Juntos, lo que había sido un velero se convirtió en un navío con su pequeña tripulación. La señora que venía a limpiar empezó enseguida a sudar copiosamente de una a otra obligación. Los chicos se desparramaron pronto, se apuntaron al tenis, al windsurf y cada noche se desazonaban si no habían encontrado un plan. En las siestas, uno ha tratado de redactar el guión de un corto, otro ha pugnado por aprender arte y el tercero ha repasado sin cesar un capítulo sobre vectores para una de las pocas asignaturas que ha podido suspenderle la conspiración escolar. Alejandra dispone, calcula las compras, y se pierde abrazada durante horas al mar. Dos semanas después han llegado Marisa y Pepe desde Bolonia. Con ellos el pasaje aumentó a siete, lo que para Carmen, que seguía sudando, fue una carga que no recibió sin rebufar. Al poco, no obstante, apareció Manolo y dijo ella: "Con ocho basta". No van a bastar. Hoy llega mi hermana desde Escocia, y el 17, Sole desde EE UU. Éste es el periodo de mayor reunión porque, además, estando aquí Manolo la parentela se acerca con casos de amigdalitis, esguinces y hasta mastitis debido a la población lactante que se incorpora al elenco familiar. Hay más llamadas, más ruido, más música. Manolo compone a la guitarra con Eduardo, Marisa da conciertos de piano, Daniel enchufa ska, y, excepto este año, las sirvientas cantan. No hemos filmado nunca esta convivencia del chalet: el único punto azul en que la familia filtra en silencio el dolor o la felicidad que cosecha durante el año y que, tras esta navegación efímera, ondea levemente al concluir.
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