Cara y cruz del 4x100
El relevo español, por primera vez finalista EE UU, eliminado por un error en el cambio de testigo
Los relevos 4x100 metros vivieron la cara española y la cruz norteamericana. Por primera vez en la historia, España se metió en una gran final mundial. Hasta ahora sólo lo había consegido en los Europeos de Split 90. España dejó fuera de la final a Italia y superó incluso a Francia, al ser tercero en su semifinal, por detrás de Ghana e Reino Unido. De paso batió largamente el récord nacional rebajándolo de 38.85 segundos a 38.60, una tremenda mejora que se debe a la progresión de los velocistas españolas y muy especialmente al trabajo técnico en el cambio del testigo.En ocasiones, no ha sido necesario contar con cuatro supervelocistas para realizar papeles honorables en las pruebas de relevos. Francia, que durante muchos años se midió de igual a igual con Estados Unidos, hizo de la técnica en el cambio algo fundamental. Su habilidad era tan grande que los franceses llegaron a batir en alguna ocasión el récord mundial. España ha decidido seguir ese camino. De forma modesta, sin otra pretensión que meterse en una gran final, los velocistas españoles han logrado su propósito.
España dio una lección, porque los velocistas habían tenido una mala actuación durante las series eliminatorias de 100 metros. Pero el equipo ha preparado mucho las entregas, cambiando el sistema de coger el testigo (ahora es por arriba, en lugar de por debajo) y los resultados están a la vista. Nunca España había soñado con estar entre los más grandes de la velocidad.
Ya en las series, España amenazó el récord nacional con 38.87 a dos centésimas de la plusmarca nacional, pero Navarro, el último relevista no está tan bien como debiera. Rocandio, el técnico, decidió sustituirlo por Berlanga, más experimentado que Illán, la otra opción. En los tres primeros puestos seguirían Frutos Feo, Venancio José Murcia y Jordi Mayoral. Y funcionó. Y, sobre todo, quedó para el recuerdo la espléndida recta final de Berlanga, que resistió el ataque del último relevista francés.
La cruz norteamericana fue sonada. El equipo masculino del relevo corto no pasó de los primeros 100 metros, en medio de la decepción general. La presencia de Maurice Greene -campeón en la prueba de 100- y Tim Montgomery, que comienza a establecerse entre los mejores del mundo, favorecían la idea del récord del mundo para la final que se disputará esta tarde. Pero el fracaso fue monumental. No es la primera vez que le sucede una catástrofe así ni será la última. Estados Unidos es capaz de la gran hazaña, pero también del desastre. Tiene tantos atletas donde escoger, que no le da tiempo a entrenarlos técnicamente para algo tan básico como el cambio de testigo. También hay un punto de arrogancia entre unos atletas que consideran que la unión de cuatro atletas muy veloces les redime de cualquier error. No es así. A veces se producen errores irremediables, como ocurrió ayer en una carrera de trámite, donde la superioridad de los norteamericanos era tan evidente que podían haberse tomado la carrera con calma. La entrega entre Brian Lewis, el primer relevista, y el segundo, Tim Montgomery, fue una traición a la técnica, al buen gusto y a sus compañeros. Ni Lewis llegó bien, ni el medalla de bronce individual del hectómetro lo cogió como debía. Chocaron, se quedaron clavados, se miraron asombrados y allí terminó la aventura americana, como sucedió en los Mundiales de 1995. El veterano Dennis Mitchell, que esperaba a Montgomery en la curva, se dedicó a dar puñetazos de rabia al aire, y Maurice Greene se tiró al suelo, con una cara absoluta de desconsuelo, porque perdía ahí la posibilidad de alcanzar el mejor testigo: el segundo oro y 20.000 dólares, la cuarta parte de los 80.000 para el equipo ganador. Y por encima, el orgullo. Después de la derrota ante Canadá en Atlanta, los estadounidenses querían venganza en Atenas. Tenían los mejores velocistas. Pero no el mejor equipo.
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