En busca de un verdadero jefe
La ausencia de Induráin abre la necesidad de establecer una nueva jerarquía del ciclismo mundial
Bjarne Riis, el orgulloso ganador del Tour 96, no lo admitiría nunca. El ciclismo mundial ya tiene un jefe, que es él. Su Tour no llegó por un golpe de suerte, y no tiene por qué no repetirse. Sin embargo, el ciclismo mundial piensa de forma diferente: el Tour 97 servirá para establecer una nueva jerarquía perdurable o, en su defecto, para constatar que estamos en un año de transición, tal como reclama la historia del ciclismo. Pase lo que pase, la asusencia de Induráin, combinada con la dureza del recorrido y el recuerdo de 1996, han deparado un Tour muy abierto, con gran cantidad de candidatos con el apetito abierto. Ninguno se siente descartado de antemano.
BJARNE RIIS
Desconfien de él. No piensen ni en lo bueno ni en lo malo que ha hecho esta temporada. Ni se queden con el Riis que se exhibió en abril en la Arristel Gold Race, ni con el danés que se atrancaba con los grandes desarrollos en las contrarreloj de la Bicicleta Vasca o la Vuelta a Suiza. Riis, que ya se ha ganado un sobrenombre -el águila de Herning-, es un hombre Tour única y exclusivamente. Él pediría que hicieran un ejercicio de desmemoria y no pensaran nada de sus posibilidades; todo lo más, que le recuerden subiendo Hautacam el Tour pasado.Sin embargo, el danés, que ha jugado más aún al límite con su cuerpo y su porcentaje de grasa para ganar capacidad en la montaña a costa de perder potencia en la contrarreloj, puede tener la fórmula ganadora en sus manos, pero también el enemigo muy cerca. Se llama Jan UlIrich y le puede forzar a un sobreesfuerzo para imponer su mando dentro del Telekoni. antes de ajustar las cuenta con los otros rivales.
Desconfíen
Cuando todos los corredores, se despepitan para conocer los puertos del Tour que no han sutido nunca, el alemán Jan Ufirich a parece como un ingenuo. Para qué voy a ir a reconocer los puertos, viene a decir, si todos son cuesta arriba. Así quedó segundo el año pasado, sin conocer nada, sin dejarse deslumbrar por nombres ni mitos.Ullrich es una fuerza bruta. Sube de la misma forma que llanea, sentado, apoyado en un minimanillar de triatleta, como si hiciera una ecuación mental: mover el 49/17 en una rampa del 8%, es lo mismo que mover el 54/12 en llano: todo es asunto de riñones.
JAN ULLRICH
Aun teniendo el mismo problema que Riis, la difícil convivencia en el Telekoni, el campeón de Alemania tiene una ventaja: su puesto oficial es el de segundo. No tiene por qué temer una revolución. Y si se coloca de líder tras los Pirineos, sabe que corre en un equipo alemán: su golpe de mano será apoyado.
La fuerza bruta
ería un corredor perfecto si no existiera el Tour. El TDur termina por minimizar algunas de sus grandes cualidades. Es la ley de la gran carrera: el radio de acción de Jalabert no alcanza para los 4.000 kilómetros que dan la vuelta a Francia bajo el calor de julio. Siempre parece haber un punto kilométrico, un día determinado, donde su cuerpo dice basta. Y eso es letal en el Tour. Da la sensación, además, de que Jalabert es el primero en reconocerlo: de un tiempo a esta parte no habla del Tour; ni siquiera la prensa francesa le cita profusamente en las portadas. En ese terreno hay una inclinción evidente hacia Virenque, un cambio de rumbo que se dice.Jalabert cumplió con éxito en primavera, su verdadero terreno de conquista: ganó la Flecha Valona, la París-Niza y estuvo litigando por la Lieja-Bastogne-Lieja. Tras el descanso activo impuesto por Manolo Sáinz ha gozado de cierto anonimato en las últimas carreras, tanto es así que no parecía Jalabert. ¿Un truco para salirse de las portadas? No es un hombre que guste de ocultarse. El tiempo pasa y Jalabert no gana crédito para el Tour. Es una verdadera desgracia para el mejor corredor del mundo en pruebas de tamaño medio. Quizá ha cometido un pecado: sobrevalorarse; debió aceptar, como lo hizo Kelly en su día, que el Tour no es su carrera.
JALABERT
Francia necesita un candidato y ha puesto sus ojos en Virenque. Desde 1985 (¡12 años de sequía!) no tienen un ganador de Tour. Se desesperaron con el antipáti co Fignon, nunca pudieron en tender por qué Mottet fallaba siempre en la tercera semana y parecen haber dejado de lado a Jalabert. Llegarán tiempos mejores y entre tanto sólo les queda Virenque.Y Virenque es un escalador nato que lleva postulando varios anos por el aprecio de sus compatriotas a fuerza de convertir el maillot de la montaña en patrimonio suyo. El año pasado consiguió subirse al podio gracias a un recorrido que, limitó severamente el kilometraje de las contrarreloj. La organización ha tomado nota: ha madurado como escalador pero sigue siendo un pésimo contrarrelojista, así que ha diseñado un recorrido que le beneficia. Virenque puede convertirse en aspirante nada más cruzar los Pirineos, la ruta de sus mejores momentos.
Sio para el Tour
Virenque está en la edad ideal y ha madurado al lado del director Bruno Rousel, un técnico que
VIRENQUE
ha hecho respetable al equipo Festina. Ha pasado toda la temporada casi en el anonimato, dedicado en cuerpo y alma a jugárselo todo en el Tour. Y tiene un buen equipo a su servicio. Es una apuesta no del todo arriesgada, porque los franceses no piden demasiado en estos tiempos que corren.
A favor del recorrido
Zülle sería el relevo perfecto de Induráin si no fuera porque acostumbra a perder la verticalidad con demasiada frecuencia. Como candidato muestra una facilidad tragicómica para echar por tierra sus aspiraciones: literalmente, año tras año, sus cuentas no cuadran desde el momento en que su cuerpo se desploma por la cuneta. Lo que parece una anécdota desgraciada merece también otra interpretación: una fragilidad que se manifiesta abruptamente. Hay corredores que se desfondan, hay corredores que enferman, hay corredores que se despistan. Zülle, no. Zülle se cae. Y cada caída es una despedida en toda regla.Porque Zülle lo tiene todo sobre el papel. Tiene el físico de superatleta y la potencia de un enorme contrarrelojista, aunque no sea un buen estratega. Ha llegado a su madurez con un perfecto conocimiento de lo que exige el Tour. Todo bien, mientras no se caiga.
ZÚLLE
La temporada en curso comenzó adecuadamente: tenía la Vuelta a España en su palmarés y se adjudicó, entre otras, la Vuelta al País Vasco. Todo transcurría a la perfección hasta que afrontó la pretemporada del Tour, cuando su cuerpo topó con el suelo en la Dauphiné Libéré y luego en la Vuelta a Suiza. Tanto es así que a consecuencia de sus lesiones es seria duda para el Tour. Se recupere o no, su candidatura es poco sólida a ojos vista.
La duda del que se cae
Desde Pedro Delgado en 1998 ningún escalador ha ganado el Tour. Nueve años parece ya una distancia suficiente para que la carrera francesa haga un hueco a los que no son gigantes completos. Y más teniendo el ejemplo del Giro. Y más, con el recorrido de este año. Una bonita forma de, conmemorar el regreso del ciclismo con rostro humano. Parece que rápidamente se ha olvidado aquel mandamiento del Tour que decía que los hombres pequeños llegaban agotados a los primeros puertos. Y aquel otro capítulo del manual que decía últimamente que era imposible correr dos grandes vueltas a un nivel alto en la misma temporada.El italiano Ivan Gotti sería el mejor colocado si los escaladores dispusieran de puertas abiertas. El ganador del Giro no deja de ser también un hombre Tour. No en vano hace dos años lució temporalmente el maillot amarillo antes de ceder en la contrarreloj y terminar quinto. Y este año, la contrarreloj que le puede hacer daño es la última, cuando es más importante llegar fresco que ser un especialista. Sin embargo, la montaña del Tour no es la del Giro. En Francia no hay Mortirolos que invaliden la candidatura de gente de más de 70 kilos.
GOTTI, PANTANI, LUTTENBERGER
Marco Pantani debería haber sido el gran protagonista de este Tour si no le hubieran pasado tantas cosas. La última, la caída en el Giro que le permitió abandonar con la cabeza alta después de mostrar que no había recuperado el golpe de pedal que le hizo alado en Alpes y Pirineos.
Paso a los escaladores
El candidato al título de estrella por un día debería ser el austriaco Peter Luttenberger. Su victoria en la Vuelta a Suiza y su magnífico Tour 96 (5º) le permitieron firmar el contrato de su vida con el Rabobank y desaparecer del mapa. Sin embargo, aunque parezca decepcionante su temporada hasta el momento, nunca se puede despreciar a un hombre que ha destacado en el Tour. Eso es todo un síntoma de que ha funcionado la química amorosa con el pequeño escalador suizo. Y el Tour puede no perdonar, pero tampoco olvida.
ROMINGER, BERZIN
Uno es viejo, 36 años, el otro es joven, 27, pero los dos parecen ya figuras de vuelta de todo. Tony Rominger hace el papel de superviviente, de dinosaurio que ha so brevivido a los grandes deshielos y de testimonio de que el ciclismo no se ha inventado ahora. En teoría poco se puede esperar de un hombre que mostró tantas limitaciones el año pasado y que tan pocos argumentos ha mostrado éste, pero el suizo tiene una cierta rabia interior: no le gusta nada que le digan que está acabado.Berzin, que con su victoria en el Giro 94 se convirtió en el abanderado del nuevo ciclismo, ha dejado pasar el tiempo lastimosamente. Su presencia en las quinielas es siempre obligada -al corredor con más clase del ciclismo actual es difícil tacharle de cualquier carrera-, pero también es puramente testimonial. Aunque parezcan siglos, no hace tanto, sin embargo, que fue maillot amarillo en el Tour. Fue el año pasado.
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