Posfelipismo ambiguo
El 34º Congreso del PSOE ha roto el equilibrio -equilibrio neurótico, por cierto- que imperaba en la escena política española. Imposible aventurar qué podrá sustituirlo dentro de unos meses, pero es claro que se ha echado el telón sobre ciertos escenarios y se han abierto otros nuevos.El PSOE afrontaba, en la derrota, un Congreso depurador que, a juicio de muchos, podría acabar en escisión. Y, además, se ha encontrado en la apremiante necesidad de proceder a la transición desde un liderazgo carismático a una dirección colegiada. Pero ha resuelto la crisis por vías razonablemente democráticas e integradoras. Es la primera vez que ocurre en España -recuérdense ejemplos anteriores en diferentes latitudes políticas-. Y el resultado ha sido, al menos a la corta, una mejoría de imagen y una prueba de estabilidad y vitalidad.
La sustitución de Felipe González en la Secretaría General del PSOE impide continuar reduciendo el debate político español al antagonismo con una persona. El "váyase" de ayer o la descalificación personal como argumento se han quedado sin objetivo y, aunque ello planteará serios problemas intelectuales a estrategas políticos y mediáticos, obligará a la derecha y a la izquierda del socialismo a una reformulación de actitudes y mensajes para completar políticamente las macrocifras económicas. La pelea de gallos ya no tiene sentido y será posible, e incluso inevitable, abrir el círculo de, los protagonistas.
Ello puede llevar a la curiosa situación de que los más encendidos adversarios del ex presidente del Gobierno lleguen a lamentar su ausencia al frente de la oposición. Pero la paradoja será aún mayor si el fin del denostado "felipismo" plantea serios problemas a sus debeladores en un lado y en otro del espectro político.
Sin duda, en la izquierda, que tendrá que buscar nuevas explicaciones para justificar su antagonismo hacia el partido socialista, salvo que el propio PSOE se las dé, haciendo primar lo personal sobre lo objetivo.
También entre los nacionalistas, que ven esfumarse quien, en el socialismo democrático, había sido garante de una política de entendimiento que comenzaba en lo personal y alcanzaba a lo institucional pasando por lo político. En este sentido, el nuevo secretario general tiene todo tipo de razones para conocer los problemas nacionalistas y nacionales que en España hay. Pero las resoluciones del 34º Congreso muestran una tendencia hacia un sistema autonómico más general que diferencial, más pluri que bilateral y que lleva, incluso, a propiciar pactos de Estado más en la línea de la LOAPA de los primeros pactos autonómicos que de la política seguida por el propio PSOE desde 1993. ¿Cómo reaccionaría el PP ante esta nueva actitud?Y, sin duda, la derecha, y me refiero en este caso más a la social que a la política, puede ver, con pasmo no exento de preocupación, cómo prospera la unidad de una izquierda en tomo a la "causa común". Si la derecha política puede entender que la izquierdización del PSOE le deja libre un mayor espacio de centro, la derecha social se inquietará ante la radicalización de una izquierda cuya suma de voto fue, incluso en las últimas elecciones, cuantitativamente mayoritaria, El ejemplo francés demuestra que los electorados no son siempre sensibles a las razones de los contables.
Pero el mayor factor de novedad lo constituye el propio Felipe González, liberado de responsabilidades, pero no retirado de la política. Es la primera vez que un líder consagrado, a quien nadie discute ni su talla de estadista ni su liderazgo extraorgánico de, al menos, un muy amplio sector de la opinión, puede dedicarse a la campaña permanente en régimen de monólogo. Esto es, sin que nadie tenga análoga plataforma para entrar en debate, refutar, argüir o exigir resultados. Ello, a su vez, puede incitar a sus oponentes a radicalizar la enemistad y aun dar muestras tangibles de ella. Y sumar así al palmarés de González el atractivo popular de que gozan las víctimas.
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