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Tribuna
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El pos-Madrid

Debía ser el Real Madrid quien venciera en esta Liga. No por meritos propios, por deméritos ajenos o por las humildes reglas de la regularidad. Simplemente, a una Liga tan estrellada, tan desmañada y fantasmal, le correspondía ganarla a este Madrid irreal trasustanciado en una entidad onírica, difícil de asumir por el aficionado, por los entrenadores y por la misma Entidad. Un Real Madrid que se declara dispuesto a fichar a Ronaldo después de haberse revolcado este monstruo en el lecho de amor del Barcelona es un ser aberrante, desconocido y vulgar. Pero es sólo un ejemplo. Un leal Madrid, cuyos despachos han vuelto la espalda a Michel y a Butragueño como herencias de un pasado ante el que busca cerrar los ojos, es otro Madrid. Es el Madrid de las estrellas fugaces, montable y desmontable, acomodado al estilo de unos tiempos donde juega más el talonario que la inteligencia y son más decisivas las primas que la paternidad. Habrán de pasar algunos anos, si es que esto dura, para acomodarse a la nueva realidad del fútbol, sus cláusulas de rescisisión y sus contratos gigantes para compensar la enana lealtad del jugador.El Real Madrid es el primer campeón de esta era de la desafección, la subasta y el imperio del dinero. El campeón de los campeones puesto que el Madrid es el rey natural del fútbol español, si no siempre por juego, sí "por antonomasia". Por eso también debía ganar esta temporada crucial. Ir a jugar la Copa de Europa desde el segundo puesto es antimadridista. El segundo puesto, como ha certificado la clasificación, es para un alter ego y el Real es, por definición, el ego. El eje de referencia para el Atlético, para el Coruña, para el Barça o para todos juntos. El Barcelona ha quedado en el lugar que le corresponde con su conspicua historia de número dos. En las competiciones que vayan celebrándose puede ganar quien sea pero esta Liga es la que liga al Madrid significativamente a un nuevo porvenir donde las cosas han dejado ya de ser aquéllas que hacían reconocer en los colores del equipo los rotros de los jugadores y en las alineaciones una cantinela pegadiza y pasional.

Este Madrid campeón es, de acuerdo con los tiempos, el menos apasionante de todos los tiempos. Hasta el entrenador no ha sentido su atractivo y huye a dirigir un conjunto de menor valor. No es el único caso de desapego. De una a otra punta de la geografía futbolística la infidelidad de la plantilla se junta con la banalidad de los directivos o la traición de los preparadores. El fútbol se ha vaciado de fijaciones entrañables para pasar a ser un puzzle de operaciones entre empresas, intermediarios y marcas. La afición todavía trata de aferrarse al símbolo, celebrar en La Cibeles, como si no pasara nada, la gloria de su club. Pero de su club, como de los demás, cada vez queda menos. Queda, no obstante, la ilusión, tan difícil de matar, y queda el Real Madrid, hecho "irreal", para competir aquí y en Europa con las demás legiones de fantasmas.

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