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Las contradicciones del socialismo francés

¿Cómo no comparar la campaña electoral que acaba de concluir en Gran Bretaña con una aplastante victoria de los laboristas, y la de Francia, cuya primera vuelta tiene lugar hoy? Los británicos no han cuestionado la liberalización de su economía, pero exigen una mejora de los salarios bajos y una política de recuperación de la educación y de la sanidad. Los franceses, por el contrario, ni piden ni esperan nada. Están atrapados entre dos rechazos: a un Gobierno más impopular que ningún otro en el pasado y a una oposición contradictoria y poco convincente. El rechazo al Gobierno es análogo al que ha expulsado a John Major del poder, e incluso más fuerte, pues el índice de paro y de precariedad es todavía más elevado en Francia que en el Reino Unido y porque la actual mayoría no ofrece ninguna perspectiva, salvo un "giro liberal", reclamado con insistencia por Édouard. Balladur, que tiene posibilidad de volver al Gobierno, lo que da miedo a la opinión pública.Lo diferente en Francia es la política de la oposición socialista, que, por razones electorales, tiene absoluta necesidad de los votos de los comunistas en la segunda vuelta y que protege a los ecologistas, próximos a las ideas de la "vieja izquierda", por no hablar del Movimiento de los Ciudadanos de Jean-Pierre Chevènement, resto histórico de un nacionalismo de izquierdas que parece creer que la Unión Económica Europea aún no se ha creado y puede evitarse. El Partido Socialista no habla ni de crecimiento ni de educación o sanidad; sólo habla del aumento del gasto público y de la reducción del tiempo de trabajo sin disminución de los salarios, a la vez que se declara a favor de la aplicación del Tratado de Maastricht. ¿Existen razones sociales objetivas para esta diferencia de orientación? No veo ninguna, sino todo lo contrario, porque Francia ha desempeñado siempre un papel impulsor en la construcción europea, a la que Gran Bretaña se ha resistido con fuerza, y este país ha visto desarrollarse un capitalismo financiero de consecuencias sociales negativas, mientras que Francia ha mantenido un capitalismo relativamente más renano que anglosajón, usando la terminología de Michel Albert.

Por tanto, más que en la realidad social, es en los políticos donde hay que buscar la causa de la desconfianza y del rechazo de gran parte de los franceses. El gran responsable es François Mitterrand, que durante más de veinte años, desde el congreso de Épinay que le dio la dirección del Partido Socialista hasta el final de su segundo mandato presidencial, utilizó constantemente un doble lenguaje: por una parte, proeuropeo y por tanto liberal, y por otra, defensor del Estado intervencionista y corporativista. Durante todo ese periodo, el sector público creyó que podría vivir indefinidamente al abrigo de sus monopolios, lo que desembocó en huelgas cada vez más duras, de la aviación civil a Correos, pasando por los ferrocarriles. Sin embargo, los funcionarios, cuyas condiciones laborales y salariales no se cuestionan, sólo se han asociado débilmente a unos movimientos reivindicativos que tampoco han incidido en el sector privado. Casi todos los conflictos han afectado, pues, a un 5% de los asalariados, pero en los sectores en los que se concentra la mayor parte de las fuerzas sindicales, muy débiles en las empresas privadas. Algunos intelectuales incluso han dado una interpretación ideológica a esta resistencia de la pequeña burguesía estatal al enfrentar el Estado, garante de la libertad y de la igualdad, a la sociedad civil, en la que domina la desigualdad y el beneficio, tesis que se contradice con la que defendían unos años antes cuando denunciaban un Estado al servicio del capitalismo y que, sobre todo, sólo puede llevar a un gran rechazo sin futuro que arrebata a la izquierda toda posibilidad de iniciativa.

El Partido Socialista, cuyos militantes y una parte importante de su electorado provienen del sector público, se ha sentido obligado a defender al sector privado amenazado, lo que le ha acercado al Partido Comunista. Pero estos dos partidos han sido desbordados en su orientación antiliberal por el Frente Nacional, que en pocos años se ha convertido en el primer partido obrero de Francia y cuya influencia entre los trabajadores ha aumentado mucho. De este modo, en un país que rechaza de forma masiva a su actual Gobierno y sobre todo al jefe de este Gobierno, el Partido Socialista ha conseguido asociarse a sectores en declive de la economía y de la sociedad y desatender a las nuevas clases medias urbanas que se desarrollan tanto en el sector de libre competencia como en la Administración pública.

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A decir verdad, el PS está dividido entre estas dos partes de su electorado,, ya que tiene mucha más fuerza entre los cuadros que en el mundo obrero. Sus dirigentes tienen a menudo ideas modernas y están perfectamente al corriente de las exigencias de la situación actual, pero sigue estando dominado políticamente por los temas que permitieron en los años setenta "la unión de la izquierda". No es fácil imaginarse de qué modo el PS puede librarse de este titubeo entre dos políticas opuestas, y, por tanto, de sus propias contradicciones. La opinión pública lo nota claramente, ya que, a pesar de estar muy tentada a votar a la izquierda, no tiene ninguna confianza en que ésta pueda gobernar el país. ¿Podemos considerar que un cambio del equipo dirigente liberaría al PS de sus contradicciones? No, puesto que la tendencia modernista, dirigida por Michel Rocard, ha perdido el control del partido y no está en situación de volver a tomarlo.

El cambio sólo puede venir del exterior; es decir, de los aliados del PS, o más exactamente, de la formación de una nueva fuerza política que ofrezca al PS una pacto que le libere de la asfixiante alianza con el PC y coloque a éste en la misma posición que Refundazione o que Izquierda Unida, lo que probablemente le debilitaría, pues una parte de los votantes comunistas apoyaría una política social-liberal, por razones de eficacia si el PS la adoptara claramente.

El razonamiento que acabo de esbozar es el que hace Daniel Cohn-Bendit, que desea encabezar la lista de Los Verdes en las próximas elecciones europeas y afirma con lucidez, tras 20 años de experiencia en la vida política alemana, que Los Verdes pueden y deben ser el partido de la nueva clase media culta, sensible tanto a los problemas del medio ambiente como a los de la integración social, pero favorable a la construcción europea y con confianza en sus posibilidades para soportar la competencia internacional. Este proyecto del antiguo líder de Mayo del 68, de Dani el Rojo, que pertenece a la tendencia más moderada, más "real", de Los Verdes alemanes, parece todavía una mera intención personal y es fácil imaginar que los actuales dirigentes de Los Verdes, con Dominique Voynet a la cabeza, no cederán así como así ante un Cohn-Bendit que ni siquiera tiene ya la nacionalidad francesa. Sin embargo, considero muy probable que la idea de Cohn-Bendit encontrará un gran eco en un país profundamente insatisfecho con sus dirigentes y con sus organizaciones políticas. Es significativo que Le Nouvel Observateur haya dedicado su portada y su artículo principal a este personaje que hace sólo unos meses parecía totalmente ajeno a la vida política francesa.

Si el PS permanece sumido en la confusión y en la contradicción, no logrará convencer a la mayoría de los franceses, y si, por casualidad, el rechazo al Gobierno actual gana en la opinión pública, el PS se verá rápidamente enfrentado a contradicciones mucho más intensas que las que provocaron su caída a principios de los años noventa. Esa es la razón por la que Cohn-Bendit representa una posibilidad importante para la izquierda del mañana. Pero su influencia sólo tendrá efecto si el propio PS elige claramente la modernización económica mediante la integración europea y se muestra convencido de que ese liberalismo económico puede estar vinculado a políticas de salvamento del Estado del bienestar y de lucha contra la desigualdad social. Las que representan esta tendencia en el interior del Partido Socialista son mujeres: Catherine Trautman, alcaldesa de Estrasburgo; Martine Aubry, candidata en Lille, y Efizabeth Guigou, ex ministra de Asuntos Europeos. Mediante la alianza entre Los Verdes transformados por Cohn-Bendit y un Partido Socialista dirigido por mujeres, la izquierda podrá librarse de sus actuales contradicciones. El PS no podrá aplazar por mucho tiempo la creación de un nuevo programa de acción; el posmitterrandismo se acaba. Ya ha durado demasiado.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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