La 'tigermanía' algo más que una moda psajera

La primera página de ayer del New York Times lo dice todo. "Tiger Woods, el futuro del golf, reescribe la historia en el Masters". El fenómeno de la tigermanía es definitivamente algo más que una moda pasajera, un producto más de consumo rápido y rápida realización de beneficios. Tiger Woods, el chaval negro de 21 años que ganó el domingo el Masters de Augusta, batiendo de paso todos los récords, trasciende el simple mundo del golf o del deporte en general: es un fenómeno social, un paso más en la ruptura de barreras raciales en Estados Unidos. Así lo reconoció el propio presidente Bill Clinton, que le envió un mensaje de felicitación después de su victoria.La última puerta

Hace 50 años justos, Jackie Robinson se convirtió en el primer jugador negro en entrar en las grandes Ligas del béisbol. Ha sido necesario otro medio siglo para que un golfista negro abriera la última puerta: ganar un grande del deporte más elitista. Nadie sabe lo que puede pasar a partir de ahora. Sin rubor podría compararse su gesta en Augusta con el Jesse Owens ganando los oros olímpicos ante Adolf Hitler en el Berlín de 1936. Carl Lewis y Michael Jordan lo han tenido más fácil. Han sido estrellas en deportes en los que más del 90% de los grandes atletas son negros.

Y Tiger Woods, a pesar de su juventud, de todo el bombo y el platillo publicitario que le rodea, a pesar de parecer una estrella prefabricada, es plenamente consciente de lo que significa. "Sé que soy un símbolo y un modelo para la sociedad", dijo en su rueda de prensa victoriosa. "Muchísimos jóvenes me han tomado como espejo". Los estudiantes negros de Georgia, los empleados, todos negros, del Augusta National Golf Club, los caddies, todos negros, del club, celebraron la victoria como algo propio.

El Tigre también se acordó de todos los golfistas negros que poco a poco fueron asfaltando su camino. Lee Elder, por ejemplo, el primer negro en lograr competir en Augusta, allá por 1975, antes incluso del nacimiento de Woods. Elder no quiso perderse el acontecimiento. Se ganó una multa de tráfico por exceso de velocidad, pero llegó a tiempo de ver los 69 golpes del Tigre en la última ronda que le valieron el récord del campo con un total de 270 (anterior: 271 por Jack Nick1aus y Raimond Floyd). Y lloró cuando Woods embocó el 18. "Esto tiene un significado incalculable para las minorías raciales", dijo. "Tendrá un impacto imprevisible en lo que pueda suceder en el futuro".

Woods lo tiene todo, pero sobre todo, es un grandísimo golfista. Quizás el mejor de la historia. Obligará a a pensar en una nueva forma de construir los campos de golf. Forzará, casi, a cambiar las reglas de un deporte que busca sus orígenes en la Edad Media. Y hará que unas cuantas docenas de golfistas bien asentados en el negocio se planteen qué pintan ahí.

A la última gran generación, la de ésos que rondan los 40 -Faldo, Norman, Ballesteros, Price- la irrupción del Tigre no les afecta tanto. Tampoco a José María Olazábal, que ya consiguió su grande a los 28 años. Pero todos aquellos veinteañeros y treinteañeros -Montgomerie, Mickelson, Leonard-, vendidos en su tiempo como las grandes promesas que continuarían la tradición, el Tigre les ha cerrado todas las puertas de un solo golpe. Sus ingresos publicitarios descenderán, las portadas en las revistas desaparecerán, pasarán a la historia como los grandes derrotados. Porque la nueva historia sólo la escribirá Tiger Woods, un californiano de padre negro y madre tailandesa, de 21 años.

Phil Knight es blanco. Pero disfrutó el domingo en Augusta como un negro. Es el presidente de Nike, aquel a quien llamaron loco por firmar un contrato de 60 millones de dólares por diez años al Tigre. ¿Cuánto vale ahora el chaval al que sólo le vale un apodo para ser conocido en todo el mundo?