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Tribuna:
Tribuna
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Defensores del pueblo

No me cabe la menor duda de que sería excelente la desaparición del actual clima de crispación en los medios de comunicación de la capital de España. Siempre será una tentación responder de idéntica forma a como uno es tratado, pero conviene rectificar esa tendencia natural, porque la ferocidad en el enfrentamiento crea adicción y contamina cualquier posible debate nacional. En general quien agrede testimonia no sólo impotencia dialéctica, sino también senectud. Nada hay más vetérrimo que sembrar de calificativos denigrantes un artículo plagado de las negritas con las que se llama la atención sobre los nombres propios.Como muchas otras personas, el autor de este artículo ha suscrito un manifiesto protestando del acoso al Grupo PRISA. Al margen de lo justo de la causa, lo he hecho con satisfacción por interés y hartazgo propios. De las diversas formas de esa agresión, la que a algunos nos resulta más inaceptable es la practicada desde otros medios de comunicación. Quienes escribimos en este diario y hemos votado poquísimo o absolutamente nada al Sr. González Márquez solemos aparecer tachados de "felipistas" en ellos, pero eso no pasa de ser una bobada de regular tamaño. Ahora a colaboradores e incluso lectores de este periódico se nos envuelve, con nulo fundamento, en una confusa acusación de guiamos por motivos inconfesables apalancados en procedimientos espurios. Quienes lanzan esos juicios, como el personaje de Luces de bohemia, dan la sensación de querer hacer funcionar la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol. Eso marca una clara diferencia con nosotros, que sólo pretendemos ejercer el derecho a leerlos de pasada, muy de vez en cuando, con una sonrisa más bien irónica y con considerables dotes de paciencia.

Lo más ridículo de este clima de acoso es que quienes lo alimentan deslizan como moneda normal aquello que sólo merecería certificados de falsedad, si se expendieran en los estancos. El sistema legal español autoriza a que un particular ejerza la acción popular ante los tribunales. Esa posibilidad ha tenido ya alguna concreción grotesca, pero la más reciente y resonante la ha proporcionado el periodista Jaime Campmany llevando a Sogecable a los tribunales y, más aun, pidiendo amparo a la Asociación de Prensa por los supuestos peligros que corre su libertad de expresión.

Llegados a este punto si uno se quisiera poner trascendente recordaría la frase de Milan Kundera de acuerdo con el cual la lucha contra el totalitarismo, en gran parte, es el producto del esfuerzo porque la memoria supere al olvido. Pero me limitaré a enunciar lo obvio: no todo el mundo está legitimado para lanzar acusaciones, al margen de que éstas sean gratuitas. En España hemos hecho una transición a la democracia que consiste en no reprochamos el pasado ni enzarzamos con él, pero eso tiene un límite consistente en saber en dónde estuvo cada uno. Y eso sitúa a Jaime Campmany en las antípodas mismas de la necesaria respetabilidad que debiera acompañar a cualquier ejercitante de la acción popular. Adviértase que no se trata de que deje de escribir o se jubile. Es bueno que siga donde está porque constituye un permanente recordatorio, aunque no precisamente un ejemplo.

Pero no está en condiciones de ejercer acciones populares. Quienes ahora se solidarizan con él debieran recordar que el primer banquete en su homenaje fue hace 30 años por un resonante artículo titulado Camisa azul. Con el paso del tiempo le catapultó a la dirección de Arriba, en abril de 1970. A fin de año. sabiamente guiado, ese diario, tan parco en lectores como apoyado por el Presupuesto, titulaba El pueblo, con Franco una foto de la manifestación de la plaza de Oriente. "Ayer, como siempre, el pueblo volvió a explicar con grandiosidad histórica, que está con Franco" añadía. Expropiando de esa manera la voluntad popular no puede extrañar la petulancia de acudir un cuarto de siglo después a los tribunales. Menos se justifica, en cambio, que recurra a los organismos corporativos del periodismo quien en su momento contempló con tanto regocijo la flagelación y apuntillamiento del diario Madrid. Pero incluso todo eso quizá pudiera olvidarse. Lo peor es haber utilizado una tribuna como ésa para atizar la represión con el insulto a quienes no podían defenderse. Para éste tenía y tiene Campmany capacidades. Cita Cándido en sus memorias los versos escritos con ocasión de la muerte de doña Victoria Eugenia, la abuela de Juan Carlos I: "La España que sufre y que se exilia / despide a este saco de hemofilia / con la salva de un cuesco soberano". Fino lirismo, como se ve. Si eso decía de tal personaje ya se puede imaginar cómo trataba a otros, los de la oposición. Y éste es quien ahora pretende asumir la representación del pueblo y clama por su libertad de expresión...

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