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Tribuna
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De pura sangre, Burrito

Las contingencias del fútbol han separado bruscamente a Ariel Burrito Ortega de River Plate, su loca pasión de los últimos años. Llegó alguien con el señuelo de Europa, abrió el maletín de los dólares, y él, decidido como estaba a seguir la ruta de Diego Maradona, también conocida como Ruta de la Plata, se dispuso a hacer la misma mudanza que Alfredo Di Stéfano, su antecesor en el equipo millonario. Besó el escudo local por última vez, dio una vuelta olímpica ante la muchachada, lloró un poquito en lunfardo, borró la banda roja sobre la pechera blanca para asimilar el nuevo uniforme y, mirá vos qué coraje, agarró el primer avión para España.Sus amigos se alegraron por él, pero no pudieron evitar un gesto sombrío. Esta vez se trataba de una ausencia difícilmente reparable: nadie se atrevería a discutir que, por sus propios méritos, el Burrito se había ganado el favor de la hinchada. ¿Cuál era el secreto de aquel futbolista tan especial? En primer lugar, su atractivo estaba en su figura de auxiliar; todos recordamos haberle visto detrás del parabrisas de un furgón de reparto, o quizá detrás del escaparate de una mercería, o en el servicio de lavacoches de un taller mecánico. Tiene también un escurrido cuerpo de vendimiador: su pequeña alzada se corresponde con una musculatura de peón y con un seco perfil de corredor de fondo. Quienes piensan que la cara es el espejo del alma, sin duda le habrían descartado como compañero de fotografía de Beckenbauer, Redondo, Gullit o Van Basten. Analizando su piel estriada por arrugas, venas, tendones y cicatrices, en el mejor de los casos le habrían predicho un dudoso porvenir como trabajador temporero.

Por fortuna, desde Johnstone, Simonssen y Maradona, los grandes deportistas suelen resguardarse en envases pequeños. Ariel reúne, además, la doble condición porteña de la dureza y el talento. Resulta que, disfrazado de subalterno, atrapa la pelota en una rendija, te mete un caño, la juega de taquito, se limpia el escupitajo, y cuando quieres darte cuenta te la ha puesto en la escuadra. Ha jugado contigo como juega el gato maula con el mísero ratón.

Recién llegado a Valencia, Ariel Ortega cargó el equipo y se puso a tirar del carro. Trotó por Mestalla, husmeó en la hierba, barruntó un sospechoso olor a matadero y, sin tiempo para resoplar ante la flauta, se puso a labrar para el, equipo.

Sigan al Burrito. Este no es de los que la tocan por casualidad. Ariel Burrito Ortega.

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