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Ortega alivia al Valencia

El equipo de Valdano supera al Sevilla en el último suspiro

En un partido intensísimo, el Valencia superó al Sevilla cuando el tiempo se extinguía. Fue un triunfo agónico, sufrido e inesperado, en el que el Sevilla quizá pagó la bisoñez de sus hombres, que tuvieron al Valencia sobre la lona en gran parte del encuentro. Pero al final el equipo sevillano tuvo miedo al triunfo y se refugió en el empate. Lo pagó caro. Muy caro.Otero, muy criticado hasta el momento por la hinchada, se atrevió a lanzar aquel disparo que finalmente sería el de la gloria. El rechace, tras golpear en el poste, lo aprovechó, Leandro. Estalló entonces Mestalla y entronizó al Burrito Ortega, que en su debú aclaró bastante la creatividad de su equipo. El Sevilla, que había merecido mucho más, acabó totalmente hundido. Lo que no debe hacer olvidar que este equipo es otro desde que Julián Rubio se hizo cargo del mismo y apostó por la juventud. Ella se lo ha agradecido en forma de José Mari, Loren, Asián...

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Atasco cerebral

Suele suceder que al Valencia el fútbol le dura media hora. Hasta ahí parece un equipo fresco, dominante y seguro. Trascurridos esos 30 minutos, el Valencia es otro: blando, titubeante, atenazado. ¿Y ese cambio? Inexplicable. Ayer volvió a suceder, lo que aprovechó el Sevilla para presentarse en Mestalla. Sobre todo a sus jóvenes valores, algunos de ellos de una calidad indiscutible. Fue el caso de Loren y José Mari, que sembraron de incertidumbre a dos hombres curtidos en todo tipo de batallas: Cáceres y Engonga.

El Valencia había despertado bajo el influjo de Burrito Ortega. O sea, bajo el halo de un futbolista desequilibrante que viene a desatascar muchas tuberías. Lo supieron pronto sus compañeros y a él se remitían cuando no sabían qué hacer con el cuero. Así, con Ortega de punto de referencia y Gálvez de punta de lanza, el Valencia tuvo la media hora más fresca de los últimos meses. Tardó 15 minutos Ortega en probar su primer regate en España. No más. En aquel intento provocó una falta y la inquietud en su marcador implacable, Velasco, que persiguió al Burrito a donde quiera que fuera. Dos minutos después, Ortega quebró por dos veces a su marcador y lo dejó con las posaderas en la hierba. Por fin pudo Mestalla vivir breves momentos de felicidad.

No se trataba, sin embargo, de una noche tranquila para el equipo de Valdano. El Sevilla, pese a su angustiosa clasificación y el marcaje individual sobre Ortega, tenía la intención de jugar al fútbol. Y de buena manera, por momentos. Con hombres muy dotados técnicamente (sobre todo Tsartas y José Mari), que se apropiaron del balón más de lo esperado. El Sevilla adelantó su defensa tras el descanso y se fue decididamente a por el empate.

Una intención que se multiplicó con la expulsión de Engonga, que derribó a José Mari tras evidenciar graves problemas de velocidad. La expulsión de Engonga despertó el sentimiento victimista de la grada, que entendió que el árbitro perjudicaba a su equipo con reiteración.

Con la superioridad numérica, el Sevilla se hizo definitivamente con el partido y siguió pacientemente con la elaboración del juego. Así nació el empate y la desesperación colectiva del Valencia, que ya por entonces se había olvidado del influjo de Ortega y de todo lo que se le pareciera. Tras el empate, sin embargo, el Sevilla sufrió un ataque de conformismo y el Valencia renació un tanto de sus cenizas.

Faltaba 15 minutos y eso, teniendo en cuenta los últimos antecedentes en Mestalla, es un mundo. Puesto que el partido pertenecía a los jóvenes, fue Farinós, el mejor de los locales, quien tiró de coraje para desequilibrar una vez más la contienda. Y lo logró, apurado el tiempo.

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