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La burda manipulación de Jesús Gil

Santiago Segurola

A fecha de hoy, nadie en el Atlético de Madrid se ha tomado interés en disculparse por la aberrante acción de Simeone frente a Guerrero y por la burda manipulación que ha hecho Jesús Gil, el dueño del club rojiblanco, del asunto. Guerrero, que desde el club madrileño ha sido presentado como un niñato, un blando y un chivato, tendrá que ser operado de una lesión que tarda en curarse. Un mes después de la infame coz de Simeone, el boquete de la pierna sigue abierto y la infección es notoria. Guerrero anda preocupado por el efecto de un bacilo que ha resultado difícil de controlar. El temor no es, gratuito. Hace 20 años, José Eulogio Gárate, un jugador que también hubiera merecido la consideración de figurita de mazapán desde la agreste visión de la vida que tiene Gil, tuvo que retirarse del fútbol por el desastroso efecto de una bacteria sobre los tejidos de su pierna.La reacción de Gil al suceso es desoladora y explica el turbio carácter de un hombre que se caracteriza por la demagogia, la chulería y un sentido de la existencia que remite a los bajos fondos de Palermo.

En lugar de pronunciarse con sinceridad y con un afán de concordia, Gil ha ensuciado todavía más el asunto con sus burlas a Guerrero, con sus persistentes ataques a José María Arrate, presidente del Athletic, y con el cómico estrambote de la ruptura de relaciones con el club bilbaíno.

Todo esto ocurre porque el Athletic denunció a Simeone en el Comité de Competición, que ha castigado al centrocampista del Atlético de Madrid con tres partidos de suspensión. Esta actuación ha sido presentada por Gil como una delación y una ruptura de algún supuesto código de silencio, el tipo de código que generalmente sólo sirve para defender y preservar al hampón.

Independientemente de la malsana fijación de Simeone por Guerrero -el pasado año le agredió de la misma manera y con la misma saña en San Mames- y de la borrascosa intervención del presidente del Atlético de Madrid, el asunto tiene interés por elevación.

En primer lugar sería deseable que los comités encargados de administrar justicia en el fútbol pudieran actuar de oficio en sucesos de estas características. Pero si los comités no pueden intervenir, está perfectamente bien que' otros -en este caso el Athletic- se encarguen de solicitar justicia. La decisión del Athletic es ejemplar, no sólo porque pone a Simeone ante la evidencia de la brutalidad que ha cometido.

También porque sirve para delimitar el territorio donde debe manejarse el fútbol español. Si una agresión como la de Simeone quedara impune, se abriría una rendija para la aparición de otros jugadores de colmillo retorcido, para el navajeo, para la amenaza contra un campeonato que se distingue por su razonable civismo.

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