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Reportaje:

¿Carteros o delatores?

Bélgica quiere utilizar a los repartidores de Correos como confidentes de la policía

A buen hambre no hay pan duro. Bélgica, que pasa por ser uno de los países con mayor número de policías por habitante en todo el mundo, quiere añadir a la nómina policial a los carteros. El ministro del Interior, el socialista flamenco Johann Vande Lanotte, propone utilizarles como confidentes de la gendarmería. El proyecto, del que ya se ha hecho una ex periencia piloto en un pueblecito de Flandes, ha causa do un gran revuelo en un país que pare ce no agotar jamás su capacidad de generar sorpresas. "No se trata de utilizar a los carteros como delatores, sino de aprovechar su sentido cívico y la gran información a la que tienen acceso por su detallado conocimiento del barrio en el que reparten las cartas", se ha apresurado a declarar en el Parlamento el propio ministro del Interior.Pero las palabras del responsable político de la gendarmería no han tranquilizado ni a los sindicatos policiales ni a los funcionarios de Correos.

Todo indica que se trata de algo más que de un mero globo sonda. La gendarmería de Lovaina ha distribuido ya unos formularios entre los carteros de la pequeña población de Tirlemont en los que pide a estos esforzados funcionarios que comuniquen cualquier dato que les parezca sospecho so sobre la actividad de los vecinos a los que sirven. Aún más. Un cartero de esta población se ha presentado ya voluntario y realiza este trabajo adicional a título de prueba desde hace tres semanas. Su tarea es muy sencilla: anotar en una ficha cualquier dato sospechoso y hacer llegar las fichas a la gendarmería.

La propuesta ha pillado a contrapié a la dirección de los correos belgas. La prueba piloto de Tirlemont ha sido calificada por Correos como "un desliz a nivel local que sólo se explica por el actual clima de sospecha que impera en Bélgica".

La iniciativa de Vande Lanotte no tiene que sorprender demasiado. Bélgica no es sólo un país plagado de policías, sino que tiene una gran tradición de lo que unos llaman "sentido de responsabilidad cívica", y otros, "prácticas de delación cotidiana". Aquí no es raro que un vecino te denuncie a la policía cuando tiene un problema con tu perro sin decirte a ti ni pío. Tampoco es extraño que un paseante comunique tu presencia a la gendarmería local cuando no te conoce como habitual del barrio.

Salvo la extrema derecha, todo el arco político reconoce que el caso Dutroux está devolviendo al país a los peores momentos de la II Guerra Mundial, cuando la delación se convirtió en una práctica cotidiana, en parte para vengarse de algún vecino por viejas rencillas y en parte para congraciarse con las tropas de ocupación nazis. La delación parece ser también el factor desencadenante de las peticiones de procesamiento por pedofilia planteadas contra el viceprimer ministro Elio di Rupo y contra el ministro regional de Educación de la Comunidad Francesa, Jean-Pierre Grafé. Una delación aparentemente alentada por la Policía Judicial y bien aprovechada por la magistratura para enviar una andanada contra los políticos. Hasta que estalló el caso Di Rupo-Grafé, la clase política había quedado mejor parada que jueces y policías en la crisis de confianza en las instituciones que atenaza a toda la sociedad belga.

Una segunda oleada de delaciones puede acabar dando la puntilla a Di Rupo y, sobre todo, a Grafé. La justicia envió el martes al Parlamento nuevos datos sobre la supuesta pedofilia de los dos ministros. En el caso de Elio di Rupo, la novedad parece limitarse a llamadas anónimas grabadas en la línea verde lanzada por los jueces para que todo el país denuncie a los pedófilos que conoce. En el de Jean-Pierre Grafé, a las denuncias telefónicas se añade el testimonio de un pederasta arrepentido que ha dado detalles sobre cómo a finales de los años ochenta él mismo suministraba jóvenes de entre 12 y 15 años al ministro Grafé y a otros personajes de las finanzas, la política y el mundo del espectáculo. El arrepentido, un luxemburgués de 41 años que cumplió una condena de tres años por pederastia, asegura que él se encargaba de reclutar a los jóvenes en los ambientes marginales y deprimidos de Luxemburgo y de Arlon, la ciudad belga más próxima al Gran Ducado. De allí los llevaba a fiestas privadas que se celebraban en Lieja.

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