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Mañana

Mariano José de Larra, en su corta vida, se granjeó, para la posteridad, una reputación de periodista agudo, escritor romántico y cronista de un Madrid que apreciaba bien poco, porque, en verdad, poco apreciable era. El artículo que le hizo famoso lleva por título Vuelva usted mañana, y tengo la impresión de que poca gente lo ha leído; es lo que, en el viejo argot de las redacciones, se llama "un pestiño". No hubiera encontrado cabida en diario alguno de nuestros días; por su extensión, pudiera ser tomado como análisis de política internacional, perfectamente salvable. Ocuparía una página entera, como ésta, sin ilustraciones, contradiciendo la exigible brevedad, a falta de tiempo de los lectores y por imperio de la confección, atenta al aspecto plástico y desdeñosa con los contenidos. Le di un vistazo, para disentir del castizo rechazo a reportar los asuntos al mañana. Estaría de acuerdo en considerarlo un síntoma de vejez, biológica e institucional, pero en manera alguna actitud reprobable ante la vida, cuya esencia es la continuidad.Los viejos, quienes más tasadas tienen las horas, los días, los años, somos propicios a demorar las decisiones, posponer las tareas, aplazar las responsabilidades, porque es el tiempo el verdadero enemigo, y lo hecho siempre resulta una: amortización. Aquello que abruma y entorpece lo echamos a la espalda y nos pesa. Es una excusa la flaqueza de memoria para no hacer las cosas, porque da miedo el cielo cerrado. Sospecho que los pintores y los compositores dejan, adrede, el esbozo, hurtan la pincelada, suspenden el arpegio, ante la premonición de que un último gesto sea el postrero. "Vuelva usted mañana", o "de mañana no pasa", cuando anhelamos que pase y venga otro, bazas ganadas a la incertidumbre, renovación del crédito que no podemos y no queremos pagar; horror al plazo vencido, al punto y aparte, al final de la hoja en la que evitar el espacio para la palabra fin.

De ninguna manera es pesimista el castizo y denostado "vuelva usted mañana"; al contrario, es la frase burocrática más esperanzadora y animosa, que sugiere la renovación, la promesa, vertida desde el mostrador, la ventanilla, la oficina de información de lo que está por llegar, siempre más excitante que lo ido. Prórroga y viático indispensable para seguir latiendo. Urge rehabilitar la expresión por su consuelo y generosidad. Oscar Wilde, que ha dicho o le atribuyen la mayoría de las frases ingeniosas, era partidario de demorar mañana lo que podía dejarse para pasado. No se debe, pues, confundir con la pereza la morosidad del viejo que espera, conjugación de la esperanza, que define como posible aquello que deseamos.

Lo que está por venir alimenta la ilusión de los ancianos, impacientes por alcanzar el siglo futuro, conocer si será Sevilla la próxima sede olímpica, si agotará Ronaldo su contrato con el Barca; la noticia de que haya vida en Marte, o se confirme el siniestro presagio de que estamos solos y mal avenidos. Nunca ofreció el mundo tan amplio abanico de novedades como ahora, aunque comprobemos, con antiguo pesar, de qué forma dilapidan los jóvenes la juventud. Desde una butaca se puede escudriñar el universo, extraviarse por las autopistas de Internet, notar entre los dedos cómo palpitan los misterios del mundo, algo más que mantener entre ellos una taza de caldo y una aspirina.

La tentación, el peligro, reside en desviar la mirada, padecer la pasión de ánimo catalana de la añoranza, empecinarse en el paraíso, el cielo y el infierno, perdidos para siempre. El anciano camina con pasos cortitos, para dar más, en el mismo periodo y en menor espacio. Larra, el pobrecito hablador, creyó que el universo carecía de atractivos para él, porque estuvo en Valladolid y en Burdeos, non plus ultra, enredado en una contingencia de la víspera, ¡ya ven cómo le lució el pelo!

Pocas cosas hay que. se resistan al emplazamiento hasta mañana y reclamen verdadera urgencia. Explorando posibilidades, quizá la avería del ascensor, para quienes vivimos en un séptimo piso; o cuando se estropea la calefacción y consumido la reserva de butano, especialmente en las jornadas invernales de Madrid, esos días en que de la sierra baja el aire insidioso y hace un frío del carajo.

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