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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Paz en naranja

SEIS DÍAS de disturbios callejeros han vuelto a situar a Irlanda del Norte ante un nuevo enfrentamiento entre comunidades. Esta vez lo han buscado los protestantes unionistas, en una clara provocación en la que ha caído buen número de católicos republicanos. Los miembros de la Orden de Orange -protestantes- se han empeñado en mantener su tradición de desfilar de forma ostentosa y provocativa a través de barrios católicos en las ciudades del Ulster. Han conseguido el apoyo de un Gobierno de Londres debilitado, que en el Parlamento necesita los votos de los diputados unionistas. Estos nuevos disturbios vienen a socavar aún más el hoy estancado proceso de paz que se inició en 1993. Los protestantes han intentado frenarlo ante el creciente papel político desempeñado por el Sinn Fein, al que no se ha dejado participar en las negociaciones en tanto su rama armada -el IRA- no respete una tregua.El Gobierno de Londres ha enviado mil soldados suplementarios al Ulster, elevando su cifra total a 18.500, la más alta desde 1982, aunque lejos de los 30.000 que llegaron a movilizarse en 1972, durante los disturbios -the troubles, como se les conoce allí- que siguieron a los enfrentamientos del verano de 1969. La arrogancia de los orangistas se tradujo entonces en la quema de decenas de hogares católicos, lo que aceleró la crisis norirlandesa.

La Orden de Orange es una organización político-religiosa que cuenta con unos 100.000 miembros e importantes ramificaciones de apoyo en Escocia y otras zonas de Gran Bretaña. No es meramente protestante, sino explícitamente anticatólica. Tradicionalmente sus desfiles principales tienen lugar cada 12 de julio para celebrar el aniversario de la victoria, en 1690, del rey protestante Guillermo de Orange frente el católico Jaime II.

Con 19 marchas de varios miles de sus seguidores en diversas ciudades norirlandesas, los orangistas hicieron ayer su demostración de fuerza. Un año más desfilaron por donde siempre lo han hecho esgrimiendo sus estandartes y ataviados con bombines y bandas naranjas. En Portadown, el pasado domingo, la policía se lo había prohibido expresamente, lo que provocó una serie de disturbios que se extendieron después a todo el Ulster. Pero, ante la indignación de los católicos, el jueves se levantó esta prohibición, lo que generó peleas callejeras y quemas de coches. Dos policías resultaron heridos de bala, a pesar de que el Sinn Fein se presentara como un elemento moderador pidiendo a sus seguidores que no cayeran en la provocación.

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La creciente dimensión y seguridad en sí misma de la clase media católica, la conversión de la antaño pobre Irlanda en un país normal de la Unión Europea, el empobrecimiento de determinados sectores de la clase trabajadora protestante y la internacionalización del conflicto del Ulster han debilitado en los últimos años las posiciones de la Orden de Orange. De expresar la arrogancia de un sector mayoritario y hegemónico en términos demográficos, políticos, económicos y sociales, la Orden de Orange está pasando a ser la abanderada de la frustración creada en su seno por un creciente sentimiento entre los protestantes de que Londres quiere abandonarlos.

Pero mientras las fuerzas protestantes consideren que pueden contar siempre y en última instancia con el respaldo de Londres -como ha quedado patente con la autorización de estas marchas-, difícilmente se avanzará de verdad en el proceso de paz, que en estos momentos no es ni proceso ni paz. El semáforo del Ulster, como las marchas protestantes de estos días, está en naranja:, color que precede al rojo, no al verde de la paz.

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