Teléfono
Cambó, el político catalanista más citado en Madrid desde los tiempos de Antonio Maura a los de Carmen Maura, ya tiene un estudio casi definitivo sobre su vida y su obra. Lo ha escrito Borja de Riquer y considero el hecho no sólo por la importancia del libro, sino porque en el transcurso de una entrevista con Margarita Riviére, Riquer dice que el teléfono se está convirtiendo en el enemigo del historiador. Recuerdo unos versos del poeta soviético Trijortov en los que más o menos dice que algún día se abrirán los archivos y lo que fue grande merecerá que se reconozca su grandeza y lo que fue mezquino su mezquindad. Siempre he desconfiado de esta esperanza basada en la confianza en los archivos. ¿Y lo que no se archiva?Si éste era un recelo importante, el lamento de Riquer lo acentúa porque buena parte de la actividad política se realiza por teléfono y los políticos no dejan la huella de sus acciones o intenciones mediante la correspondencia. Claro que los hechos siempre constituyen la pista de las finalidades, pero a veces es más interesante el conocimiento del proceso que conduce a los hechos. Por ejemplo, los historiadores de González, Aznar y Pujol carecerán de los datos fugaces que representaron las llamadas telefónicas y no hay que olvidar que Felipe González y Jordi Pujol gobernaron España por teléfono y es de presumir que esté pasando lo mismo en estos momentos sin otro cambio que el de interlocutor telefónico. El teléfono no rojo de Pujol-Moncloa, ese teléfono tribarrado o cuatribarrado, rojo y gualda, se lleva los secretos de una alianza hacia el gran cementerio gaseoso de las palabras. Propuestas para la señora ministra de Cultura, gratis. Que se permita a los historiadores pinchar el teléfono de los políticos. Si no hacemos posible la historia, hacemos imposible el juicio final.
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