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Reportaje:

La Piedra del Destino regresa a Escocia

El primer ministro británico devuelve a los escoceses una reliquia mitológica en vez de un Parlamento

Una piedra arenosa, de 150 kilos de peso, dudosa autenticidad y aún más dudoso origen, se ha convertido en la gran baza política del primer ministro británico, John Major, para reconquistar el corazón de los escoceses. Persuadido finalmente de que lo importante son los símbolos, Major acaba de anunciar en la Cámara de los Comunes que la denominada Piedra de Scone, o Piedra del Destino, confiscada por el rey inglés Eduardo I al pueblo escocés en 1296, regresará de inmediato a su lugar de origen. Tras consultar a la soberana, legítima dueña de la piedra que descansa bajo el trono de la abadía de Westminster en el que Isabel II, al igual que sus predecesores, fue coronada, Major se decidió a ofrecer a los escoceses este gesto de buena voluntad.En vista de que el Partido Conservador mantiene un modesto nivel de aceptación política entre los escoceses -apenas un 15% del voto- y del temor a que el más mínimo paso hacia la descentralización del Reino Unido -por ejemplo, un Parlamento autónomo en Edimburgo- pueda derivar en la desmembración del país, el Gobierno ha optado por la fórmula menos dañina: mover una piedra de sitio.

La unión de Escocia con Inglaterra, fruto de un acuerdo pacífico, data de 1707, pero las relaciones entre ambas comunidades han sido siempre tirantes y conflictivas. La historia está plagada de levantamientos, guerras y escaramuzas de Escocia contra los poderes del sur que han dejado en la mente colectiva de ambas sociedades un profundo poso de antagonismo. Braveheart, la película de Mel Gibson ganadora de cinco oscars de Hollywood, fue acogida con entusiasmo por los nacionalistas de las Tierras Altas, pesé a sus inexactitudes históricas y a su enorme simplismo.

La piedra que John Major ofrece ahora a los escoceses a modo de ofrenda de paz forma parte de la mitología original del país y son varias las teorías sobre su verdadera procedencia. En la Edad Media, álgunos escoceses llegaron a defender que realmente se trataba de la almohada utilizada por Jacob para dormir en la mágica escalera hacia el cielo. Según esta tesis, la almohada-piedra habría sido llevada a Escocia por el mítico príncipe Gathelus de Egipto tras una complicada peripecia a través de Sicilia, España e Irlanda. El rey Kenneth MacAlpine se encargó de trasladarla finalmente a Scone, una pequeña localidad cerca de Perth, en el siglo IX.

Durante siglos, la piedra cumplió un papel esencial en la coronación de los reyes escoceses, hasta que en 1296, hace exactamente 700 años, Eduardo I optó por apropiarse de ella tras una escaramuza contra los independentistas. Desde entonces, y pese a las promesas de devolución, la piedra ha estado en la abadía de Westminster, acaso como símbolo de la soberanía inglesa sobre Escocia. Con una breve excepción.

El día de Navidad de 1950, un grupo de nacionalistas escoceses, burlando la vigilancia de la Abadía de Westminster, robó la reliquia para consternación general y la trasladó a Escocia. Un año después, y tras oscuras negociaciones, la piedra fue encontrada en la abadía de Arbroath y devuelta a su lugar, aunque este extremo está aún en discusión. Que la policía recuperó una piedra nadie lo -pone en duda, pero uno de los abates escoceses negaba ayer en declaraciones a un diario londinensé que la recuperada fuera la auténtica Piedra del Destino. Su tesis es que la piedra que John Major le devuelve a Escocia no es nada más que una falsificación, ya que la original sigue oculta en la abadía.

El ministro para Escocia, Michael Forsyth, rechazó el miércoles estas acusaciones y prometió que los escoceses recibirán la piedra convenientemente autentificada con la documentación pertinente. Si fuera necesario, dijo el ministro, se recurrirá al uso de los rayos X para demostrar que la reliquia es real.

Preguntado el abate en cuestión sobre la posibilidad de que tras la generosa oferta de John Major los escoceses se encuentren de repente con dos Piedras del Destino, su respuesta fue tan cautelosa como era de esperar: "Podríamos acoger a las dos, pero antes de tomar una decisión habrá que consultar a los miembros de la orden".

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