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FÚTBOL 41ª JORNADA DE LIGA

El madridismo rinde tributo a Michel

Los de Arsenio golean al Mérida y siguen con opciones europeas

Santiago Segurola

Se fue Michel, el ocho, y la afición se levantó respetuosa y emocionada para saludar al futbolista, un grande que deja recuerdos imborrables en Chamartín. Por los buenos tiempos, vino a decir la gente, emocionada como el jugador, que recibió abrazos de sus compañeros, levantó los brazos al aire, besó el césped de su estadio y entró por última vez en el vestuario. Le brotaron las lágrimas, como a los hinchas, que pusieron las cosas en su sitio. El fútbol es de los futbolistas, y a ellos se les recuerda y se les admira. Y cuando llega el momento se les vitorea, y salen los sombreros al aire, y los pañuelos celebran las jugadas y los goles de sus héroes, como en el último de Michel en Madrid.El tiempo se detuvo y fijó una fotografía para la posteridad: Michel bajó con precisión y delicadeza, una pelota llovida, de las que miden la destreza de los jugadores, y cruzó un derechazo perfecto, a la escuadra, como lo pedía la jugada y el jugador. Ese remate majestuoso estaba cargado de significado: tenía el valor de la despedida y la clase que no perece. Un gran gol que retrataba tanto al primer Michel como al Michel crespuscular, que cerraba a lo grande su carrera.

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La tarde se envolvió de nostalgia. Se advertía en el ánimo algo más que el final de un ejercicio o algo más que el cosquilleo que producen las despedidas de algunos jugadores. Era el final de una época, representada en el madridismo por Michel y todo lo que representa. Quizá por eso el público acudió masivamente al estadio y también por eso se sintió comprensivo con el equipo, que ganó con facilidad, pero jugó mal, como es costumbre en los últimos tiempos.

Aun con todos sus defectos, el Madrid pudo atropellar al Mérida, que se dejó manejar como una muñeca. Le viene al pelo la etiqueta de Segunda, porque de Primera no es. Pidió perdón durante toda la tarde, y ésa no es manera de presentarse en Chamartín. Tuvo pinta de perdedor desde el principio, desde el remate que falló Guerrero en los primeros minutos. Fue un error múltiple, porque se equivocó en el tiro y también se equivocó en la elección de la jugada: por detrás venía Reyes para empujar la pelota a la portería.

Después, todos los despropósitos. El segundo gol del Madrid se inició en un córner que sacó el Mérida. Es decir, un equipo que se mete goles en la portería. En ese plan, no tuvo ni la venia del árbitro, que señaló penalti en un mano a mano de Iván Pérez con Leal. No era penalti, pero el Mérida había elegido con tanta vehemencia el papel de víctima que le dieron por todos los costados. Primero el penalti, luego la expulsión de Corino y a cada rato un gol.

Para el desguace

El Madrid sabe que está para el desguace. Lo más probable es que sólo dos o tres jugadores (Raúl, Sanchis y quizá Amavisca) figuren en la cabeza de Capello. Algunos estaban ayer de despedida y otros se sentían poco queridos. Los jóvenes iban de meritorios, pero quedaron en mal lugar. A Fernando Sanz le faltan recursos, autoridad y clase para jugar de central en el Real Madrid. Iván Pérez manifestó carencias extraordinarias. Como está huérfano de fútbol, apuesta todo su crédito en el área, donde está con la caña. Pero no pasó el examen: resolvió muy mal sus innumerables oportunidades frente a Leal.El partido se fue en detalles, porque fútbol no hubo. Los goles llegaron, por la fuerza del destino, porque estaba escrito en el aire o en el gesto de los futbolistas del Mérida. Sólo había lugar para la goleada, a pesar del deficiente juego del Madrid. Pero esta vez, el público se sentía indulgente y no tiroteó a nadie. Era la tarde de Michel y la despedida de Laudrup, cuyo poder de fascinación entre el personal es indiscutible.

Sólo los goles consiguieron levantar algunos picos en el encuentro. La excitación no duraba más. que el tiempo que se tomaba la gente para ovacionarlos. Luego volvía la planicie, el juego pequeño y monocorde, sin dinamismo ni calidad, la clase de fútbol que justificaba el final de una época. Sin embargo, hubo uno que se resistió a claudicar. Sanchis dio varias lecciones defensivas, por anticipación en unos casos y por habilidad en otros. Ahí está un futbolista que da la talla para vestir la camiseta del Madrid.

La falta de diálogo futbolístico dio para pensar en otras lecturas. En el lado emotivo de la tarde, por ejemplo. En la despedida de Michel, que se sentía nervioso como un novato. Quería dejar la firma en cada jugada y sentir la alegría del gol. Marcó en el penalti, pero no era suficiente. No es la manera que quieren los grandes jugadores. Los grandes quieren fuegos artificiales para cerrar su carrera.O sea, el cuarto gol, el de la pelota llovida, el control espléndido y el remate a la escuadra. Ya podía irse, feliz por el gol y emocionado por la despedida. Fue entonces cuando el público se levantó y le demostró toda su gratitud. De Chamartín salía un futbolista.

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