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FÚTBOL: 37ª JORNADA DE LIGA

Quince minutos de terror

El Celta martiriza al Rayo en apenas un cuarto de hora

Bastó un cuarto de hora. En tan mísero espacio de tiempo el Celta zarandeó, aniquiló y dejó en cueros al equipito que se le puso enfrente. La supuesta pelea duró eso, un suspiro. Deslegañándose estaba todo hijo de vecino y al Rayo ya le sobraban cicatrices. El maltrato fue brutal, cruento. Cuando el colectivo de Marcos abrió los ojos no pudo por menos que sentir vergüenza. El público chillaba, el marcador vociferaba un brutal 0-3 y al Celta se le caía la baba de felicidad. Sobretodo a Eusebio, tan enorme, tan insultantemente superior a cualquier jugador, o similar, que se asomara ayer por Vallecas.Pero el primero en aparecer no fue él, sino Sánchez, a quien la defensa del Rayo convirtió en algo así comí o el mejor jugador del mundo. El hombre se vistió de futbolista, saltó al césped, se hizo la foto y marcó un gol a los 35 segundos. Fue como una aparición. Y sentándose aún estaba el respetable cuando Eusebio vio la segunda arrancada de su iluminado socio. Y en el pie se la puso. Sánchez aceleró, se paró, descansó, se acordó de Laudrup y encontró el socavón, con la defensa reculando ante semejante ejercicio. de calidad. Milojevic hizo el resto.

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Con el Rayo visitando la cámara de los horrores el Celta se relamió. Se lo pasó pipa. A Sánchez le detuvieron al borde del área con una sonora tarascada y Alejo cabeceó en el segundo palo la falta sacada por Milojevic. Era el minuto 15 y era el 0-3, el final de la supuesta batalla. Cualquier balón que rondara los dominios, es un decir, de Abel, era saludado por el público con un hiriente ¡uy! Incluso aquel tan blandito que le mandó Prats desde las antípodas. Los de Marcos bajaban la cabeza y Eusebio, con la frente arriba, venga a tocarla.

El Rayo podría encontrar excusas. Porque las bajas obligaron a su técnico a cambiarlo casi todo. Hasta. el libreto de estilo. Y el madrileño, no hay que olvidarlo, es un conjunto invadido de limitaciones. Le dejas sin la furia de Cota y sin la lógica de Castillo y se vuelve loco. Eso le ocurrió ayer, en un viaje con destino a la promoción, o sea, al manicomio. Se agarró a Onésimo porque la anarquía casi siempre es sorprendente. Pero el de enfrente no era un grupo precisamente asustadizo. Es el Celta un equipo insensible, geométrico en cada movimiento. Sus defensas no son rivales; son enemigos. Levantan la vista, ven a Eusebio y, hala, que decida él. Y el hombre, que para eso está, decide.

Con tan sonriente marcador, el Celta redujo, como no podía ser menos, el ritmo. Que el Rayo comenzaba a molestar y tampoco era cuestión de cebarse. Se preguntó el grupo vigués algo parecido a "¿y ahora, qué hacemos?". Se fue atrás, con su contrincante intentando abrazarse a la épica, algo que a veces, en Vallecas, resulta.

Ayer no. Consiguieron los esforzados locales un gol, de penalti, y cuatro aplausos. Pero el fútbol, por entonces, había pasado a mejor vida. Sánchez ya no estaba y Eusebio dijo basta. Enfrente, Onésimo le echó cara al asunto. Pero las heridas del sudoroso Rayo manaban sangre e impotencia.

Y en vista de ello se dedicó a otros menesteres. Guilherme perseguía al árbitro con inusitado arrojo, mientras alguno de sus compañeros encerraba bajo llave algo que se llama deportividad. Ratkovic permanecía lesionado en el suelo, el. Celta echó fuera la pelota y el Rayo se hizo el sueco. Si Ratkovic estaba fingiendo lo hizo de vicio. Más que nada porque se fue con su actuación, y con su cojera, hasta el mismísimo vestuario.

El Rayo había perdido ya demasiadas cosas. Fue un partido doloroso, hiriente para él. Tardó quince minutos en despertarse y noventa en otear el norte. No lo encontró. En Vallecas quedó el aroma de un equipo, el Celta, que al minuto de juego ya le había gritado a a viva voz que era mejor, muchísimo mejor que él. Un cuarto de hora después el Rayo se achicharraba en el infierno de la promoción, su nuevo hogar.

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