Aranguren
En algún lugar escribió José Luis López Aranguren: "Me gustaría ser capaz de seguir escuchando a los jóvenes. Si lo lograse, no moriría viejo". Cualquiera que le hubiese tratado un poco sabe cuán sinceras eran en él estas palabras. Hoy podemos decir que Aranguren no ha muerto viejo porque ha sabido mantener hasta el final una relación en pie de igualdad con las generaciones más jóvenes. Nunca vi a un maestro como él, tan ávido de aprender.Se le veía en los actos culturales de las tardes de Madrid, presentaciones de libros, debates o coloquios. Tenía un aire juvenil, por la manera de ir vestido, por la manera de ir peinado o más bien, despeinado. Un venerable "joven prometedor". Tengo la impresión de que le agobiaba un poco que le tratasen como a maestro. Le gustaba que le llamaran José Luis.
Se sentía, quizá, demasiado joven para considerarse a sí mismo el maestro que todos veían en él. Miraba con escéptica distancia que tenía mucho de ironía socrática las distinciones de que le hacían objeto. Ni su rigor intelectual ni su insobornable compromiso ético le impedían hacer gala de un agudo sentido del humor.
Recuerdo haberle oído contar una graciosa anécdota de la época en que el régimen de Franco le desposeyó, a él y a otros profesores, de su cátedra universitaria. A consecuencia de los movimientos estudiantiles en los que tomó parte activa, Aranguren fue llamado a declarar ante el juez de Orden Público. Según él contaba, el juez le dijo: "Pero, ¡hombre, si usted se hubiera hecho alférez provisional durante la guerra, ahora no le habría ocurrido esto!". Y añadía Aranguren con humor: "Le estoy agradecido a Franco por aquello, porque me permitió enseñar en universidades de California, el lugar donde nació la modernidad".
Con la muerte de Aranguren hemos perdido a una figura de la mejor tradición intelectual española, a una figura del mejor Madrid. Su pensamiento, su compromiso moral, su cívico inconformismo, su magisterio constante, su incansable aprendizaje son, seguirán siendo, una enseñanza para todos.
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