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Hoteles

El buen padre trataba de confortar a su moriburido de turno y éste, algo pecadol, mostrábase reticente ante los consuelos aportados. El buen padre se impacientalba: "¿Pero no te das cuenta de que muy pronto estarás en la mansión del señor?". Y fue entonces cuando aquel pobriño contestó, con *su débil vagido: "Sí, padre, pero como en la casa de uno... ".Todos los pecadores nos identificamos con la reacción del agonizante, creo yo. Sin embargo, el axioma no resulta tan cierto cuando los términos de comparación residen aquí en la Tierra, porque la verdad es que en un hotel digno de tal nombre se está muchísimo mejor que en la casa de uno. Llamar a un timbre o descolgar un teléfono y que al cabo de un rato aparezca un camarero trayéndenos un jugoso pepito de ternera, y no digamos un solomillo de venado en salsa de arándanos y panaché de setas y hongos; son cosas que no suelen suceder en la casa de uno, y quien afirme lo contrario es un farol. En tal hotel de nuestra predilección abrimos de par en par las puertas de la terraza y descubrimos el trópico, gráciles palmeras, mulatillas turgentes y qué sé yo. En tal otro, la dulce y mullida campiña británica, montañas nevadas, en el buen sentido, un bosque mediterráneo preñado de silencios o puede que una inefable playa de arenas blancas, azules y cristalinas aguas, temperatura balsámica, sol garantizado, etcétera. Bueno, pues eso tampoco suele suceder en casa. Además, en los hoteles podemos cambiar de pepitos, de venados, paisajes y mulatas, y en casa, no: todo resulta mucho más monocorde, mucho más monogámico. Si nos tira más la lealtad inquebrantable hacia nuestro querido hotel ¿le toda la vida, tal elección no tiene por qué resultarnos lesiva: él corresponde a nuestro afecto, ¡nos ama! Eso me pasaba a mí en el May Fair de Londres, que fue mi segundo hogar durante cuatro años y medio. Porteros, mozos, conserjes y recepcionistas me hacían toda clase de fiestas y ajos al regresar, aunque sólo hubiera estado ausente tres o cuatro días: "Oh, mister Merino, you're back again, how lovely!" - , Esto es un superhogar con alfombras mullidas, un personal que nos mima, cine, teatro, cosas ricas...

Yo me conformo con mucho menos, claro está. Cuán acogedora es la habitación de un hotel al final de una larga jornada de trabajo, de problemas, de lucha. Aunque ésta consista meramente en hallar un espacio' dialéctico entre los interlocutores -amigos o enemigos, a veces da casi lo mismo- que, vociferantes, nos lo disputan. Ahora, en la estancia amiga, recuperamos los silencios, podemos recogernos un rato con nosotros mismos. Descalzarnos Al fin. Estirar las piernas. Un sillón cómodo, una lámpara, una ducha amiga, un whisky o acaso una aspirina, por caridad.

España es una gran potencia hostelera, hotelera. Cientos de miles de camas de posibilida del, una magnífica red de paradores, un legítimo orgullo nacional.

Sin embargo, resulta justo y necesario añadir que, acá y acullá, no siempre y todo es vino y rosas. El ejecutivo cansado acaso no encontrará esa butaca amiga, ni esa lámpara adecuada para leer o recogerse. Si pretende tornar unas notas -y éste es un capítulo bien siniestro-, es muy posible que no tenga dónde. A lo mejor existe algo similar a una mesa, pero al intentar sentarse puede descubrirque es, de hecho, un bargueño, sin sitio para meter las piernas. 0 la silla no casa ni a la de tres. El cuarto de baño puede constituir otro suplicio: hace falta ser un forzudo para pasar de la posición baño a la posición ducha, la bañera es resbaladiza, las cortinillas son de aquéllas que se ciñen en torno a nuestro cuerpo cual sudarios apenas abrimos con algo de fuerza el grifo. Y, claro, la cisterna del retrete se sale, toda la noche, dale que dale. Y (ésta es una terrible asignatura pendiente en España), por muchos mármoles que le echen, por gigantesco que sea el cuarto de baño en cuestión y sus anejos, siempre, siempre, nos encontraremos una sola pastilla de jabón pigmea y tendremos que irla trasladando de acá para allá, como las parcas su único ojo y su único diente, hasta su total extinción.

Me temo que no me queda espacio para contar lo que sucede cuando el cliente indómito osa pedir un zumo de naranja recién exprimido. Acaso otro día.

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