Rey de tulipanes
Los fantasmas han regresado a la alcoba de Cruyff. En las agitadas noches de la Masía, todos tienen una inquietante catadura jacobina: taladra la oscuridad con los mismos ojillos febriles que Pedja Mijatovic, visten una sábana bicolor coronada con el emblema del murciélago, y arrastran unas cadenas de aluminio que dejan sobre el parqué la inconfundible huella de una goleada.Por si fuera poco, la fuerte derrota frente al Valencia le ha devuelto ciertos ruidos subterráneos que son vagamente familiares: voces emboscadas que piden su cese fulminante, juglares con barretina que le increpan al otro lado del edredón, y fiscales del turno de oficio que recorren catacumbas y hemerotecas en busca de un memorial de agravios para lanzárselo a la cara.
Con la fijación simplista que nos caracteriza, volveremos a sumar de lunes a sábado las razones por las cuales Johan, el incorregible Johan, debe ser colgado por los pulgares en la plaza pública: diremos que despreció a Laudrup movido por la arrogancia, que descuidó la educación de Romario llevado Por la pereza, que contrató a Prosinecki por venganza y a Hagi por despecho. Y, en fin, que confundió a Kodro con Stoichkov, a Iván de la Peña con un bonzo y a su hijo con san Jordi.
Quienes piden para él un juicio sumarísimo dirán también que su impertinencia es sólo comparable a su codicia: quiere ser presidente en el despacho de José Luis Núñez, soplador de velas en el banquete de cumpleaños, y mariscal en el campo; es decir, en el Camp Nou. Su ambición carece de límites, igual que su talonario.
Es probable que olviden el más indiscutible de los argumentos: el de que ha dado al Barça. algunos de los más grandes episodios de toda su historia. Cuando era jugador le entregó regates aéreos, goles desorbitados, cientos de esos minutos que se guardan en el cajón de las emociones, y miles de excusas para creer que en las peores noches es posible la sorpresa. A saber, con él llegaron a Barcelonala quinta velocidad, el fútbol quebrado, la fuerza que movía los molinos del fútbol holandés, y algunos misterios de la física molecular. O sea, una ingravidez, una música y un es tilo. Luego, en un descuido, le dio a su club cuatro ligas y una Copa de Europa. Simultáneamente, a sus colegas también les dio algo. Les dio envidia.
Como dijo Arquímedes, dadme una palanca de siete ceros. Con ella en la mano, removería el mundo y me lo quedaría.
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